lunes, octubre 20, 2008

Aire


No queremos más
esperanza, cuentos al
negruzco aire

sábado, octubre 11, 2008

El Renegado



Veinte demonios
marchan por mi ventana
me pregunto donde van
y porque no me invitan

dudo que me tengan miedo,
quizás sólo les parezco aburrido,
opinión que seguramente compartes

ellos cantan canciones y beben vino tinto,
no discuten, sólo se alejan como un
carnaval que sólo puede conocer la alegría

no los culpo
paso demasiado tiempo con estos poemas
y muy poco atendiendo mis labores sindicales

un día simplemente regresaré al infierno,
cuando termine de recorrer el mundo
del hombre y derramar mi gentil aburrimiento
por cada uno de sus rincones.

viernes, octubre 10, 2008

Un Mito Zapoteca





Hola, quiero poner aquí un mito que aprendí en mi último viaje a méxico, disto mucho de ser autor de esta redacción, sólo la he tomado prestada y quiero compartirla con ustedes, los amantes de la mitología.


El rey Cosijopí, heredero directo de las hazañas de sus antepasados, era un terrible indio indómito, de bronceada tez, que tenía una hija, la bella Donají.

Este rey gustaba de tener distintos lugares como centro de sus correrías para defenderse de sus enemigos, los mixtecas, los aztecas y especialmente de los conquistadores.

Por ello mismo llegó a instalarse en el punto denominado Cerro Venado -de Dani , cerro, y Dixhina , venado-; en la cima de Dani Dixhina edificaron su palacio estando en inmediaciones del pueblo de Tlacotepec.

La joven princesa tenía la costumbre de dar sus cortos paseos matinales por lugares cercanos a su palacio y en uno de tantos descubrió un pequeño río que en su trayectoria formaba una caída, una cascada formando una laguna.

Las aguas desembocaban en ella pasando sobre una enorme piedra llana y saliente, de tal manera que por debajo quedaba una cueva grande que mucho le agradó y le llamó su atención, convirtiéndola en su baño natural.

En la actualidad, este lugar es conocido con el nombre de Guela Bupu, de Guela, hondo, y Bupu, espuma, (hondo espumoso) que producen las aguas en su caída.

Sin embargo, la princesa Donají no dejó su costumbre de dar sus paseos matinales por los cercanos bosquecillos, ya que a ellos afluían diversidad de pajarillos de vistosos plumajes o de admirables cantos que ella gustaba de ver y oír.

Después del paseo, solía bañarse en Guela Bupu; a veces gustaba alejarse de sus propios dominios.

Un día se alejó tanto que no hallando el camino para regresar se dispuso a descansar al pie de un frondoso pochote, quedándose dormida profundamente.

En tal estado la encontró un capitán castellano quien sólo se concretó a mirarla y admirarla. Deslumbrado por la belleza india que tenía a la vista no la turbó, hasta que el despertar fuese natural.

Despierta ya y espantada por la presencia del blanco junto a ella, se alejó y corrió hacia su palacio, donde halló a sus padres muy alarmados por haberse tardado en regresar, habiendo enviado a sus guardias a buscarla.

Al día siguiente y como de costumbre salió a su paseo a bañarse en el Guela Bupu; de regreso se halló con el blanco forastero, quien le habló de sus amores, siendo correspondido por ella.

No obstante el desconocimiento de las lenguas entre ambos, la simpatía y el donaire, la atracción y la admiración, las miradas jugaron definitivo papel y vino el entendimiento.

Natural da también que sus padres, los reyes, sabedores de los acontecimientos, no aceptaran en forma alguna la actitud de su real hija, para quien tenían reservada y resuelto ya su enlace con un broncíneo y valiente guerrero distinguido de los suyos.

La princesa rechazó inmediatamente y rotundamente la idea y proposición de sus venerados padres, les pidió clemencia, lo que no consiguió, jurando al cielo morirse antes que desposarse con el guerrero designado de su misma raza.

Llena de sórdida melancolía, desesperada e intranquila salió a su paseo ritual, a su cascada, a la Guela Pupu hermosa. Subió a lo más alto de la cima contigua desde donde se tiró para caer moribunda precipitadamente en Guela Butu, que arrastró el cuerpo inerme de la amada princesa, toda despedazada, toda ensangrentada.

Cuenta la leyenda que desde entonces los vecinos el lugar ven una hermosa jícara, siga , en zapoteco, que vaga en la superficie del agua y que nadie puede alcanzar, ni es capaz de intentarlo.

Saben que en ella va el corazón y la fuerza del amor de la hermosa Donají, símbolo de la virtud y la entereza de la glorificada raza zapoteca”.

martes, octubre 07, 2008

Una Zapatilla de Cristal





I

Quizás crean que es orgullo, pero están equivocados, no me queda nada de eso. Ustedes me han atribuido tremendas infamias, de las que claramente soy capaz, pero inocente.
Les pido que olviden mi nombre, ya poco significa. Una vez fue grande, así es, en la época en que mi padre estaba al servicio de la ciudad. Su espalda era ancha, su cabellera negra brillante. Nadie podía negar el poder de su espada, o desobedecer la voz de trueno que liberaba su garganta. Un día el viejo rey, que no sabía como pagar la deuda que la ciudad tenía con los amos del norte, mandó a mi padre y a otros valientes a combatir al oeste. Debían traer oro, especias y esclavos. Los ancianos les dieron una bendición, como es costumbre entre los guerreros de nuestro pueblo, los Vucari, ellos partieron.
Mi madre quedó esperando, las noches más frías lloraba, en silencio, abrazada a la a una de nosotras o la almohada. Mi hermana mayor le ayuda con las comidas, las venden en las calles, es invierno y ganamos algo de dinero calentando el cuerpo de nuestros ciudadanos.
Uno, dos, tres y cuatro años pasaron. La guerra del oeste se ha hecho larga, los hombres del norte quieren más tributos, nosotros debemos pagar. Más hombres salen con la luna nueva. Sus rostros están pintado de negro si son solteros, o visten piel de loba si tienen una dueña. No hay solteros para nosotras, nadie nos lleva a los baile de medialuna o pide la mano de mi hermana.
Los que regresan tienen tiznada la mirada, aunque tengan sus cuerpos sanos, ya no están enteros. Los reclamos contra el rey se hacen más fieros, los guerreros exigen que el viejo monarca envíe a sus hijos a morir, como las familias hacen con sus varones.
El séptimo mes del último año de la guerra, el rey accedió. Ilich, Re’haj y Cyan, tres de los cinco vástagos del rey han dejado nuestra justa ciudad. Los reportes de su desempeño fueron claros, eran valerosos, fuertes. Re’haj fue el primero en caer durante un asedio, el rey lo lloró tres noches, y construyó una gran chimenea para mantener el fuego su alma siempre viva. Luego caería Cyan, el primogénito. Su cabeza fue cortada y puesta en una pica, para asustar a nuestros hombres. Ilich hizo exactamente lo contrario, tomó a los hombres y les guió directo a la ciudad de nuestros enemigos. Tres noches se bañaron en la sangre de guerreros y nobles. Tomaron a los mujeres, sus riquezas, sus niños. Para evitar la maldición de sus dioses, la quemaron, las llamas se veían aún más allá de los bosques del este.
Ilich volvió como lo hace un héroe, erigió una segunda chimenea para su hermano mayor. Y ordenó al pueblo su mantención, eran signos de nuestra eterna victoria. Más tarde nuestro padre regresó, junto con un puñado de guerreros. Se veía distinto, como si alguien le hubiese robado parte de la vida misma. Estaba delgado, su pelo tenía canas, pero su sonrisa era la misma.
-Tengo que hace un anuncio – dijo solemne – le he traído una hermana.
Mi madre palideció, en todo este tiempo nunca le había sido infiel, pero esto deshacía todo su esfuerzo como una gran burla.
-La respetarán – dijo – y no hablaremos más de este tema.
Mi nueva hermana tiene el cabello rojizo, como las mujeres de oeste. Su piel es pálida, sus ojos grises. Es la burla viva a mi madre y su fidelidad.
Los inviernos pasan, la extraña chica reza cada noche a dioses que no conocemos. Lo hace en su lengua, a veces llora, algunas otras siento como si alguien le contestara. No le temo, pero conozco aquello que escapa a lo natural cuando lo veo, mi madre también.
-¿Cómo se llama su pueblo? – pregunté a mi padre.
-No lo sé – dijo.
Mi padre me miraba con un rostro que yo identificaba como tristeza, pero con el tiempo he venido a identificar con la culpa. Me hizo prometer aquel día que por siempre mantendríamos las chimeneas, ese sería nuestro legado a la ciudad. Lo prometí, pero el día de su muerte, dos lunas después de nuestra conversación, se hizo un juramente ritual. Nuestro nombres quedaría para siempre ligado a las cenizas de aquellos príncipes muertos.
En el patio de nuestro solar, se hizo una pequeña chimenea, similar a la de príncipes y reyes, en honor a él. Aquella que su nueva hija atendería en exclusividad

II

Las lunas, los hombres y las mujeres siguieron pasando. Nuestra hermana se hizo fuerte, hermosa, pero al mismo tiempo transparente, como la gran diosa. El rostro de mi hermana mayor languideció y se volvió amargo. Mi madre ya no salía de su habitación, sólo rezaba con nosotras, comía, y lloraba.
Un dolor íntimo recorrió el cuerpo de nuestra nación cuan el rey murió, era el último de un linaje de guerreros puros. Había sido hábil cuando joven, fuerte cuando el árbol de la adultez dio su flor, y sabio cuando sus ramas perdieron todo su follaje. Nuestros amos de norte vinieron a vaciar nuestras arcas, a cobrar lo que nuestro rey aún debía, no teníamos lo suficiente.
Childaric, el rey de nuestros señores, decidió que era tiempo de que su pueblo tuviese una ciudad en el sur; trescientos caballeros entraron por el portal que antes nuestros reyes habían cruzado orgullosos.
Una tercera chimenea se alza, para nuestro rey. Pero no la construimos nosotros, son los hombres del norte, la hacen para ganar un lugar en el corazón del pueblo, lo consiguen.
En tres meses somos como ellos, bebemos con ellos, cantamos y dormimos con ellos. Su dioses son adorados en nuestras arenas.
Nuestros hombres parten en sus campañas, en los cinturones llevan las cabezas de sus víctimas. Podríamos ser nosotros, dicen las mujeres y bajan sus cabezas. Guardan la vergüenza en sus vientres, entre sus piernas.
Ilich es prisionero en su palacio, el mismo que lo vio nacer hace veinte años. La espada de su padre descansa al costado de un trono vacío. Aparece sólo para mantener las brazas de la chimeneas que se levantaron para honrar a sus orgullosos hermanos. Canta letanías, derrama lagrimas. Nosotras lo espiamos, mi hermana es la primera en reconocer su amor por esta triste criatura, pero sé bien que lentamente me siento tan ligada a él como alguna vez estuve a mi padre.
Mi hermana pequeña con once años, ya no es una niña. Nobles y guerreros ya la han notado. Aunque siempre esta cubierta por el hollín de las chimeneas, se mantiene hermosa, exótica. Una hija de otro mundo. Lo que atrae a todos, a mi me asusta. Quizás son sus labios rojos, casi como la sangre, sus ojos fríos y sin vida. O las llamadas que hace a las bestias, que parecen obedecer sus ordenes. Hasta las ratas cantan sus canciones, y los lobos agachan sus cabezas al verla. Algo en la hija de las cenizas parece salido del mundo blando, donde viven los demonios, los hados y los dioses.
No soy la única en notar su sombra, su extraña conexión con la vida. Nos ofrecen dinero por ella, más del que necesitamos para vivir cómodas el resto de nuestras vidas. Desearía que mi madre dijera que sí, pero su honor se lo impide. Sin embargo, hemos decidido que debe pagar por el alimento que le damos.
El primero en tomarla es un hombre llamado Athal. Es un gran guerrero de norte, de cabellos como el fuego, ha matado a muchos, necesita poseer belleza para salvar su alma. Paga más de lo que cobramos, mi madre sonríe por primera vez en años, ha vengado la humillación que mi padre le regaló. Está lista para vivir otra vez.

III

La sacerdotisa anuncia claros augurios el sexto día de primavera, es un día secreto, que nuestros amos no conocen. Unos pocos hemos venido, no más de sesenta, los viejos guerreros. Habla de cuan grandes seremos si marchamos al oeste, pero no en campaña, o no, dice que debemos migrar, cambiar. Habla de diez nuevas lunas, habla de un nuevo rey. Habla de sangre, de venganza, de dulces días de verano, de la muerte en invierno.
-Ilich se levantará el día que tome una esposa – dijo con la voz calma que tienen aquellos que ven el futuro – entonces el pueblo tendrá un nombre otra vez y nuestras almas podrán ser libradas del infierno, conseguiremos el perdón de los viejos reyes. Las estrellas Zoria y Danica me lo han dicho.
Miente, o al menos, no dice toda la verdad, no como la conozco ahora. Nuestros hombres, que han matado por otros, agradecen el calor de un nuevo futuro. Nuestras mujeres, que han regalado tantas noches al amor del demonio, agradecen. Pero el resto, los ausentes, aquellos que ya han vendido su alma, deben morir.
-El primer día del verano Childaric debe organizar una fiesta, un carnaval para sus dioses. Esperaremos que una novia aparezca entre una de las familias nobles, veremos que sigue. La novia será hija de Chernobog, pero caminará con los pasos de Bielobog. Habrá sangre tras sus pasos.
Sigue mintiendo, ya sabe la respuesta. Lo sabe, pero quiere que juguemos al compás de la música de los inmortales. Cree en tiempos muertos, en una grandeza que no hemos conocidos desde los tiempos que el gran Perún caminaba en las tierras del este.
Nadie cree en un oráculo que ya no tiene capilla.

El invierno es duro, hay hambre, no sólo en nuestra villa, en las del sur, donde se levanta un gran imperio, la gente grita plaga. Lobos y osos han comenzado a atacar en los caminos, ni siquiera los sacrificios a los dioses del norte dan solución al demonio que vive en el pecho de mi gente, el miedo o más que eso, el terror que nos domina.
Mi hermana parece tranquila, espera por sus clientes de la tarde. Ya no llora, sólo está en silencio, en su habitación. Ese día, como otros, la escucho hablar con las ratas que se pasean por los corredores. Yo la espío en silencio.
Ha tomado una daga, la misma que mi padre usaba en las ofrendas de verano. Corta su mano izquierda, la primera sangre en dejar su cuerpo cae sobre su vestido, el resto la usa para hacer un pequeño circulo, suficiente para contenerla. En su extraña lengua llama a una de las ratas, la que se entrega feliz en sacrificio.
La daga abre su vientre, dejando viseras y sangre fluir en libertad plena. La sombra escucha el llamado y se desliza por el suelo, obedece al viejo ritual. Se desliza gentil por el piso, inunda la habitación.
-Llamaste – dice. – señora de las cenizas.
Mi hermana, en silencio levanta la vista y la contempla con sus ojos grises. Ya no sé quien es, o lo que es. El aire huele ocre, ácido, como ropa vieja y sudada.
-¿Cuál es tu nombre? – preguntó la niña.
-No has ganado el derecho a poseer mi nombre – dijo la aparición – pero puedes pedirme un don. Lo manda la tradición, un sacrificio, un deso, un pellizco, un beso. Son las viejas reglas. Todo tiene un costo.
-Conozco la lengua de los antiguos, vieja madrina, un día pediré tu favor y no podrás decirme que no.
-Hasta entonces.

IV

A nadie comenté mi visión, sólo guardé mi silencio. Bajo toda circunstancia evité los ojos cenizos de mi hermana. Ella simplemente fue un fantasma yendo y viniendo entre las chimeneas y la casa.
Los hombres se habían alejado de ella, hasta los más pequeños sentían algo de temor al enfrentarla. Pero la historia de terminar aquí, no valdría la pena.
Ilich aceptó hacer un baile de equinoccio, antes de que las nieves traigan el dolor y el hambre a los hombres. Nuestros amos lo tomaron como un divertimento menor. Y permitieron a todos los nobles concurrir con sus hijas.
La villa se vio visitada por viejos aliados, jóvenes visitas, y las hijas más hermosas de los poblados cercanos. Se mataron doce cerdos jóvenes, trece corderos y muchas más codornices. El olor de la abundancia se elevo hasta donde viven los dioses. A ellos no les gustan los excesos, el hombre debe ser humilde, o jamás conocerá la felicidad.
Mi hermana mayor y yo nos sabíamos invisibles. Pero debíamos ir, por lealtad y por amor. Para cumplir los planes de la sacerdotisa debemos

V

Las palabras pronunciadas las desconozco, tampoco conozco las visiones que la oscuridad regala a los que pueden vivir respirándola, pero entendía que el regalo que recibió no venía de este mundo. Su vestido, o la carreta que la llevó al castillo.
No la invitamos, la profecía aseguraba que la novia sería de nuestro pueblo, mi hermana no lo era, no del todo. Pero ella estaba ahí, hermosa como un espectro del bosque, como las dríadas que mi padre nombraba en sus cuentos.
Ilich y todos los demás asistentes la amaron, no como se ama a una mujer, sino como se ama TODAS las mujeres. Ella era deseo, cualquiera que hubiese caído entre sus piernas esa noche, habría enloquecido. Seis bailes se dieron esa noche, sólo el último fue para el príncipe.
Lo que se dijeron escapa a mi conocimiento, como muchas otras cosas, pero sé que ella tomó entre sus manos el puñal del príncipe, y cuando estuvo cerca de Childaric, el amo de los hombres del norte, enterró el crudo puñal en su entrepierna. Luego volvió a cortar, en ele, más arriba. Las vísceras negruscas del gran hombre fueron vertidas en el suelo, ella, mi hermana, bañada en su sangre siguió caminando. Ahora hacía otros señores, los guerreros intentaron defenderse, pero nada la detenía. Sus manos eran navajas, o mejor dicho, espadas. A los que gritaban, cortó la lengua, a los que se quedaron mirando, sacó los ojos. Era medianoche, la hora de las brujas, ella desaparecía, en el paroxismo de una noche, simplemente desapareció.

VI

Ilich se hizo fuerte en palacio y esa misma madrugada, junto a un puñado de hombres, asesinó a todos los mensajeros y visitantes, nadie contaría esta historia fuera de nuestra gente. En los bosques dio caza a los arqueros que parecían siempre acompañar a los hombres del norte y destruyó el altar de Wotán.
Pero la chiquilla que comenzó todo ya no estaba, sólo un zapato de cristal había sido dejado atrás. Se puso una recompensa, quien fuese su dueña sería su esposa. Todas las mujeres del pueblo fueron probadas. Hasta que a nuestra casa entró, mi hermana mayor quiso detenerlo y pagó con su vida la osadía. Nadie se pondría entre Ilich y su profecía.
Mi hermana dormía en el sótano, con sus ratas, y sus magias. El zapato era claramente suyo. Al oído confesó su identidad, él respondió haciéndola suya sobre el suelo cenizo. Sus gritos inundaron los patios y asustaron a los animales. Luego ordenó quemar la casa, mi madre y yo fuimos llevadas a palacio, donde meses más tarde fuimos juzgadas. Crueles, proxenetas, traidoras. Nos llamaron.
La nueva reina se sentó a la diestra de su señor. Las cenizas fueron lavadas de su cabello, y las yagas de sus pies sanadas. En invierno estaba embarazada del heredero. No hubo más ataques de los hombres del norte, aunque nuevos enemigos aparecieron, la leyenda de los príncipes sangrientos mantuvo alejado a muchos intrusos.
La vieja murió en la primavera, sin decir nunca nada en su defensa. Para mí hubo piedad. Me marcaron la cruz en la mejilla, para mostrar que había cometido un crimen contra mi gente, se me dieron monedas y un caballo. Emprendí rumbo norte, luego al oeste. Buscando el pueblo fantasma del cual mi padre engendró a su monstruosa hija. No lo he encontrado aún, pero moriré buscando conocer esas palabras, las que salvaron a mi pueblo y se devoraron mi vida.