martes, junio 17, 2008

13


Primer episodio de una épica que me tiene entretenido, 13. Quise hacer a un nuevo personaje que fuera horrrrible.



Primera Parte: Un Caballo Llamado Laura



Frecuentemente, el diablo ha deseado hacer que el sol deje de brillar sobre la tierra y que la tierra deje de producir frutos. Desea consumir a los humanos, como el fuego que corre por el rastrojo, quiere tragarlos como agua.

-Del Apocalipsis de Elías


I



El edificio podía ser pálido, delgado y completamente anodino, al menos, si lo comparamos con el poder de la naturaleza le rodeaba, sin embargo no había nada de delicado en él, o en sus propósitos. Lo llamaban de muchas maneras, pero todos conocían lo que era, “El Pabellón”, la única prisión autorizada para contener, albergar y, por supuesto, ejecutar a las criaturas más peligrosas, y probablemente más interesantes de la ciudad. Sus creadores, un grupo de destacados hombres de ciencia, habían obtenido la licitación hace unos cinco años, no había quejas sobre su desempeño, ni siquiera la iglesia reclamaba, pues resultaba sorprendentemente funcional a la hora de separar a los criminales de sus habituales terrenos de caza. Debemos señalar por supuesto que no todo criminal era admitido tras las limpias paredes del establecimiento. Las bestias encerradas aquí eran miembros de una elite con la que pocos se atrevían a lidiar, si bien ocurría que algún juez especialmente cruel sentenciaba a algún pedestre estafador, o un ladrón serial, estos no eran ni por lejos la mayoría de los huéspedes de la hermosa construcción. Por el contrario, tras los ojos de estos hombres se encontraban asesinos con instinto artístico, bestias dotadas de brotes sicóticos dignos de un dios enfurecido. También habían unos cuantos líderes de las viejas familias mafiosas, o un dirigente sindical especialmente peligroso para los intereses de la ciudad, estos junto a unos pocos criminales de guerra ocupaban el primer pabellón, donde se respiraba un aire de libertad casi humano. Nada de eso se podía decir de los otros seis, donde en ordenadas y pequeñas celdas, hacían su vida todos los demás. No había discriminación en este lugar, aquí la ley de Xenocontrol no regía, no importaba tu raza, si te merecías el infierno, pues, bienvenido.


Lucas nunca se sentía cómodo mirando las Eliocámaras, es decir, si hubiese querido gastar su juventud mirando hombres desnudos haciendo ejercicio, hubiese recorrido las calles del Barrio Noche. En vez de eso, era un voyerista aburrido a las once de la mañana. Entonces en una de las pantallas apareció lo que parecía ser su proyecto preferido. Un viejo Hermano Insecto que había pasado las dos últimas décadas ocupando el lugar número uno entre las familias más poderosas en los muelles, controlando huelgas, retrasando barcos y envíos, asesinado dirigentes, miembros de la guardia. Se decía que incluso durante la guerra había ayudado a Cartago, vendiendo armas y planos de la ciudad de Dandain. Un personaje novelesco por el cual el gendarme sentía una atracción especial. Habían razones más poderosas para ello que el simple currículo criminal del individuo. Su especie era un misterio, es decir los Hermanos Insectos que cualquiera podía ver en el día a día eran Mokthra o Formicidas, mariposas y hormigas, hablando en la jerga de los colonos. Pero el gran Don Amarico era un asunto muy distinto, su ficha dejaba un frío SIN CLASIFICAR, al momento de hablar de su raza. Lucía como una gran babosa, o una oruga quizás, pero cubierta por una secreción que al contacto con el suelo desaparecía. Su rostro recordaba al de un humano, más gordo quizás. Una melena blanca y cada día menos poblada adornaba su cabeza y siempre parecía sonreír. Especialmente cuando le llevaban un joven recluso, la única condición que parecía pedir es que este no fuese ni asesino, ni mestizo. Al viejecillo le gustaba la pureza, que solamente duraba unos minutos en “El Pabellón”.

Lucas siempre se refería al gangster por un El, pero sabía que bien podía ser un ella, o un eso. “Muchos seres son hermafroditas” , se dijo a sí mismo, “están los caracoles y… bueno… están los caracoles, y hay muchos de ellos”.
Al doctor Adriano no gustaba de la idea de usar miembros de la milicia como ayudantes, esta era una prisión privada, de excelencia, no era el lugar para tener miembros del desgatado servicio público. Al menos el chico le divertía con sus torpes análisis seudocientíficos. La verdad no había tanto de interesante sobre Don Amarico, no para él al menos. Otros seres ocupaban su mente el día de hoy, de manera que se alejó del panel de vigilancia sin decirle al extraño guardia que el almuerzo de los gendarmes estaba listo, ¿quién era él para interrumpir una investigación?

Las pantallas entonces mostraron un nuevo actor, no pudo identificar que prisionero era, llevaba un máscara y un pañuelo sobre la cabeza, muchos presos hacían eso para ocultar las marcas de la vida en prisión, o porque simplemente donde solía estar su rostro había algo indeseable y antinatural, ya sea producto de una operación de emergencia, o un castigo de gobierno. A los prisioneros se le insertaba una pequeña placa de cobre grabada, cuando la Taumaturgia Inerte de las máquinas leían al prisionero, se sabía quien o que era. Lucas estaba nervioso, la máquina no mostró un nombre, sólo un número y con eso bastó: Trece.
-Lo saludo don Amarico – dijo el visitante.
El viejo hizo una reverencia con la cabeza.
-Los Ao Sí me han dicho que la última carrera acaba de terminar en Nueva Cartago – continuó el recién llegado – Laura ganó, pero usted ya lo sabe. Usted me debe dinero.
-Si, tu caballo ganó pero no te debo nada – dijo Amarico sin mirar a su interlocutor – creo que has hecho trampa.
-Me conoces viejo, sabes que no puedo hacer trampa, a diferencia tuya, no creo tener amigos en la ciudad del Hegemón.
-¿Qué te conozco? Nunca has estado frente a mí, o alguno de nuestros amigos sin tu máscara, cinco años en esta prisión, y sólo te dejaron salir del calabozo después de cuatro, para mi que eres un degenerado, una bola de estiércol, te parieron en las alcantarillas de Dandain… o quizás eres un traidor de la guerra, ¿de qué lado estabas? ¿Cartago? ¿de la República? Nadie te quiere ni en Dandain, ni en Nueva Cartago ¿me equivoco?
Sólo el silencio inundó la cabeza de Trece, no tenía idea de lo que hablaba el viejo, así que simplemente se alejó unos centímetros, parecía estar reflexionando, pero don Amarico no podía estar seguro, de manera que hizo que dos de sus hombres se acercaran.
Lucas accionó la alarma, no podía ser bueno lo que estaba viendo, sin embargo el único que llegó en respuesta fue Adriano.
-¿Es Trece?
-Así es. No ha hecho nada.
-Bien.
Uno de los guardaespaldas hizo un movimiento brusco, pero sólo pudo sentir sus piernas temblar y un curioso calor que subió por su garganta. Cuando la sangre brotó esta se fue a dar un muy poco gentil con una de las blancas murallas que adornaban la sala. El hombre caía sobre sus rodillas, sintiendo una fatiga y ningún dolor más que el de su cabeza estrellarse contra el piso. El segundo guardia portaba una larga navaja hecha con los restos de un camarote viejo. La enterró con fuerza en el pecho de su enemigo, pero este no pareció darle mayor importancia. Trece amaba cuando esto ocurría.
-Es curioso, ¿no lo crees?
No fue necesario la violencia para hacer caer al sorprendido soldado, Don Amarico temblaba, y hacía bien, pues cuando sintió que la mano del enfadado apostador cruzaba su estómago, no había alcanzado a cantar la “Letanía” , se estaba yendo sin terminar las oraciones que sus padres le habían regalado. Trece movió su mano, y tocó el único órgano digestivo del patriarca, un gran saco sensible que al romperse comenzó a derramar su contenido.
-Ahora nos conocemos – con su mano libre, quitó la máscara.
Donde debía estar el rostro de un humano había otra cosa, claro había piel, pero esta estaba galvanizada en torno a un cráneo humano, donde debían estar los ojos, habían sólo dos lamparillas azulosas, pero eso no era lo peor, en su frente había un número grabado, 13.

El viejo había sentido dolor antes, hace muchos años, pero no como esto. Los dientes de la criatura desgarraron su cuello, dejando que la sangre tiñese el piso.
-¿Me conoces ahora? Soy 13, Trece… TRECE.
Un silencio siguió a la caída del viejo, cuando entraron los gendarmes ya no había mucho que hacer, Lucas lloraba no por la escena de violencia, pasaban de cuando en vez, sino por la destrucción de su proyecto.
-Deja de llorar – dijo Adriano.
-Eso no es un hombre, debemos ejecutarlo.
-Tiene usted toda la razón, eso es Trece y su petición aunque es lógica, no podemos cumplirla.
-¿Por qué? ¡Debemos matarlo antes que nos mate a nosotros!
-Es que no sabemos como hacerlo.

2 comentarios:

Ka dijo...

Buen personaje, Mr, está bastante bien construido, pero siento que le falta maldad...

Bue, esperare a ver mas de Trece...

PD: Feliz Cumpleaños, casi se me olvida xD.

jlflores dijo...

13 no es necesariamente "malo" sólo no sabe que es... o sea sabe que es un huesudo hijo de puta... eso si sabe. ..

gracias por el saludo!!