viernes, enero 04, 2008

Que no pare la fiesta

Y si la fiesta para, que siga la novela.


XXIV

Alex había caminado casi tres horas y no se sentía cansado, disfrutaba cada vuelta de esquina y Bajo Raíz tenía muchas, esquinas, curvas, recovecos, callejones y cualquier otro tipo de estructura urbana. Sentía que le faltaría tiempo de recorrerlo todo, conocerlos a todos, saludarlos y decirles “hola soy Alex, usted no me conoce, pero yo he soñado con su vida desde que tengo edad de recordar”. Muchos rostros conocidos se le cruzaban, estaba Crujo, el vendedor de ataúdes, Harald el Bárbaro, Iliak el traficante de lácteos, los guardias de la ciudad, cada uno con un acto heroico a su haber. Muchos le eran desconocidos, claro está, no había soñado con todos, los no muertos y sus costumbres refinadas le eran, por ejemplo, completamente inexpugnables, algunos los había visto en sueños, pero no les conocía. Los Gusanos, gracias a Antonin le producían simpatía inmediata, al igual que los extraños seres que desfilaban en plazas y parques, habían tantos. Los Telefantes, Elfos, Goblins, Kobolds, Gigantes, Hombres Cisne y Damas Jabalí, muchos más pasaban a su lado y él los saludaba a todos. Todos eran seres únicos, especiales, queridos, como hermanos, o hijos. Pero no eran su familia, y el lo sabía, este ni siquiera era su mundo, en el suyo, él no debía hablar, no debía levantar su cabeza. Estaba prohibido, sus padres le habían enseñado, siempre se equivocaba al hablar, decía cosas inapropiadas en momentos aún más inapropiados, por eso aprendió a guardar silencio. No crean que resentía a sus padres, eso le había salvado de golpes, tormentos y una adolescencia compleja, lo que quizás pudo haberlo matado, dada su condición. Sus padres le había aislado por amor, pero ya no podían hacer nada para protegerlo de si mismo.
Un momento de hambre se apoderó de él, y se sentó en un boliche pequeño a las afueras del barrio de los no muertos, debía estar cerca de los que menos entendía. La mesera le sonrió, quizás porque pensó que era un monje o algo así. Él le devolvió la sonrisa.
-¿Qué deseas? – Dijo en su mejor tono dulce.
-Yo… no sé que se come aquí. Tengo hambre y algo de dinero.
Ella sonrió y le acerco una carta. Estaba dividida en tres partes, para tres razas, lo que comían unos mataba a otros, así eran las cosas en Bajo Raíz, y nuestro Alex ya estaba enamorado de esos caminos.
-Quiero gallina con ají azul y una taza de té con azúcar.
-Muy bien, lo traeré en dos minutos.
Junto a él dos guardias bebían lo que parecía ser cerveza. Reían y hablaban de lo imposible de un ataque desde el desierto, verán Bajo Raíz era de aquellos países que interfieren, no que son interferidos. Gran parte de las tropas aún estaban en la Puertas de Plata, tratando de reconstruir las naciones que aún quedaban en pie, la otra parte estaban en las islas de Azorin, como parte de un esfuerzo conjunto con otras ciudades, con el fin de acabar con el tráfico de especias desde el norte a los reinos del sur. Con todo lo dicho, el desierto parecía inofensivo, sólo salvajes Tugereb dejados a su suerte, unas cuantas ruinas, animalejos y arena, mucha arena. Más allá, mucho más al este, el reino de los pacíficos Gnomos que poco o nada querían con el mundo exterior, y desviándose al norte la Montaña de Kobold que cierra el continente. Esta era una gran ciudad, en parte gracias a su geografía. Era el puerto más boreal antes de las ricas tierras de Azorin, de donde muchas especias venían, al sur estaban las fértiles y como hemos aprendido, disputadas tierras de las Puertas de Plata, y más allá los reinos vecinos, listos para comerciar. Sólo el Este parecía carecer de propiedades útiles, el enorme desierto, cuna de muchas civilizaciones, con uno que otro valle capaz de retener vida, cuna de muchos grandes pensadores de siglos pasados, un montón de nada el día hoy.
Alex probó su plato, estaba exactamente como lo imaginaba. Bebió un poco de té, y luego de un rato se dio cuenta de que nadie lo miraba de manera extraña, ni siquiera estando en medio de la Necrópolis. Choa apareció justo en la desocupada silla que estaba frente a Alex.
-¿Dónde estabas?
-En la reserva, con mis sobrinos. Debía decir que estaba vivo.
-Es bueno que estés con tu familia otra vez.
Choa aún se sentía incomodo hablando con alguien que conocía todo lo que podía sentir, y de una manera que no entendía. Un mago o un monje bien entrenado también podrían, pero Alex no era ninguna de esas cosas, era un algo, y un algo muy raro.
-¿Los demás?
-Grushon y Antonin están presos, igual que algunos miembros de la Liga de Exploradores. Mañana serán ejecutados.
-Entiendo ¿y haremos algo al respecto?
-Mañana.
-Claro.
La luces comenzaban a encenderse en la ciudad, arriba de sus cabezas bullaban de vida (y no vida) los condominios de Bajo Raíz, los edificios inversos creados sobre las estalactitas de la gran caverna, por donde Alex había “caído” la primera vez. Pequeños ascensores conectaban la ciudad con estos edificios construidos en la caverna misma que adornaba la montaña que servía de frontera norte a la ciudad. Esta caverna había sido creada mágicamente por supuesto, y finalmente había quedado como un paraguas sobre la parte norte de la ciudad, conveniente para los no muertos, que ahorraban así una fortuna en productos contra los rayos solares. El problema es que toda la magia usada ahí creó la anomalía que ahora atormentaba a los personajes de esta historia.
Choa también debía comer y ordenó mucho de lo que la mayoría de nosotros consideraría incomible. Pero estaba bien, eran diferentes, extraños incluso para el lugar, y a nadie le importaba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Usted es dios

Héctor Patricio dijo...

no se si dios... es un poco mucho...

un muy buen escritor y una mente brillante (no como Nash... tal ves si)

se le extraña en la blogosfera...

... no te cobrare mi caja HK... ya va mas de un año... no lo cobrare, jajaja.

se cuida, nos vemos