miércoles, diciembre 26, 2007

Los Ojos de Dios


Quizás el cuento más extraño que he escrito


Los Ojos de Dios




Podría decir simplemente que mi vida se puede resumir en un enorme archivo, con numeraciones, exactas y cada página tendría muy poco que contar, quizás un encabezado como, “despertó”, “durmió” , “nació” y por supuesto, “murió”. Nada, ni siquiera el menor rayo de luz podía entrar en esta sombra que yo mismo había tejido en torno a lo que llamaba mi existencia.
Cumplía mi trabajo con excepcional rigurosidad, lo que era sencillo, pues soy a mucha honra el mejor archivero judicial, verán, después que los litigios que rompen los corazones humanos han pasado ya su tiempo de vida, vienen a guardarse conmigo, mis favoritos, por supuesto eran los casos penales. ¿Quién podría amar a un divorcio o una sucia pelea por una herencia? No nada de eso era para mí, pero el crimen, eso es, o mejor dicho era, la fuerza que hacía correr mi sangre.
La falta de juicio de mis humanos congéneres tiene un acido, pero atrayente sabor, imaginen un expediente con seiscientas fojas, o páginas si gustan, sobre el abuso del profesor Juan Eduardo Marqués Gonzáles a sus hijas, como se justifica buscando culpa en una chica de diez años, claro sería condenado, lo que no significaba nada, pues era la típica causa donde el hombre terminaría firmando todas las semanas en la comisaría local. Me leía los homicidios sobreseídos con especial interés los errores de la justicia eran atrayentes como una llamarada para la polilla de las alas quemadas, a veces me las arreglaba para escabullirme en las audiencias, la verdad es que nada era comparable a un ladrón pidiendo clemencia en base a que tenía que alimentar su vicio.
Como haya sido, esa vida era perfecta para mi en mi gozosa mediocridad, y aunque las leyes cambiaban, yo seguía teniendo mis casos, los juicios orales sólo hicieron que mi perversión fuese disfrutada por muchos otros predadores. Sé que los hay muchos, los siento suspirar al otro lado de estás letras.
Veintidós años cumplí en este trabajo, nunca encontré la verdadera perversión que estaba buscando, pero tampoco encontré justicia, ni humana, ni divina, sólo leyes que condenaban algo que en cuatro años se hizo legal. Mis compañeros de trabajo eran igual de grises y sin vida que yo. Claro, ninguno duraba tanto como yo, me llamaban con apodos cariñosos, sobre todo los más jóvenes, los que creían que este no era un trabajo que harían para siempre. Los más viejos me temían un poco, quizás porque nunca participaba en sus ilusas bromas sobre los jefes, las causas o el futuro, en realidad casi siempre les ignoraba.
Las mujeres de mi oficina me ofrecían toda la compañía femenina que necesitaba, algunas habían sido amantes, otras, sólo me servían para desahogar algunas frases que tenía acorraladas en mi garganta. Ya es mi cumpleaños número cincuenta, es emocionante ver los años hacía atrás, pero sabía que algo debía cambiar, si realmente quería en esta vida encontrar eso que necesitaba tocar, aprisionar. Ese fruto perdido que los criminales parecían poseer por un corto rato, el placer de desnudarse frente a los ojos de Dios, el placer de devorarlos, ver lo que él debía ver, la justicia abierta, dignamente, sentir el peso del castigo si es que existía. Esa urgencia debía ser atendida o mi vida sería inútil, una pérdida de carne.
Así fue como comencé mi segunda carrera, mi carrera de demonio profesional, en busca de ese trofeo. Sentí por fin que la vida volvía a mi pelaje gris y aburrido. El primer paso fue ser amigo con la noche otra vez, desde los veinte años que no dejaba de acostarme religiosamente a las once de la noche y yo necesitaba aprender, conocer a mis maestros. Dormía ahora hasta la una de mañana, luego salía a cazar.
¿Qué hacía? Pues mi primer paso era recorrer los parques, algunos estaban vacíos, y sólo me dedicaba a usar los juegos infantiles, abandonados por niños que ya no estaban ahí. Otros estaban llenos de amantes de ocasión, me quedaba mirando a las delgadas chicas y los muchachos, ellos las tomaban con violencia, mientras ellas pedían amores eternos, eso me divirtió un tiempo; pero debía cambiar mis barrios, me arme de valor, pedí favores a prostitutas, cosa que jamás había pensado, encontré un placer siniestro en dejarlas hablar de sus vidas mientras se arrodillaban frente a mi. Pero los ojos de Dios seguían lejos de mirarme y la culpa no aparecía frente a mi, me ignoraba.
Fui en busca de más noche, seguí a amigos y les invité tragos, escuchaba sus aburridas peroratas, su humor absurdo, sin brillo alguno, luego los llevaba al parque o a mi casa agregaba un poco de ácido, borrachos, y después de hablar de mujeres, se besaban, dudosos, confundidos quizás, pero luego seguros, comenzaban a desnudarse, yo les dejaba usar mi cama, y me quedaba mirando, su lucha por poseer al otro, los gritos de placer, luego se rendían como niñas cansadas. Les dejaba juntos en alguna esquina tirados y semidesnudos, les había regalado culpa, y me sentía muy bien.
Mi misión de repartir culpa fue muy grata por un tiempo, me entregué a ella con la alegría que nunca había sentido por ninguna otra cosa en mi vida. Los bares eran mi escenario, pero empecé a usarlos para conseguir nuevos compañeros de juego. A veces incitaba pequeños pecadillos, una bella cuarentona era infiel con alguno de mis otros “amigos”, era delicioso si este era menor de edad. Hombres y mujeres eran dependientes de su carne, eso los hacía predecibles, con el tiempo me di cuenta de que todos podían hacer lo que yo quisiera si es que manejaba los hilos con mucho cuidado. Lo mejor de estos pecados, es que eran cometidos sin darse cuenta de que yo los provocaba, incluso llegaban a mi para pedirme consejo después de pecar, mi voz les daba consuelo, los hacía caer en nuevos pecados, esta claro, ellos se sentían mejor, y yo me acercaba a mi meta, al menos eso creía.
Por supuesto de todo este devenir de alcohol, drogas y carne, me aburrí. No había mucho más que explorar en ese sentido. Los ojos de Dios estaban mirando a otro lado, entonces supe lo que debía hacer.
Preparé una reunión en mi casa, sería mi primer experimento, sólo dos de mis amigos, ambos habían sido amantes míos por lo que tenía su confianza plena, Elena y Alejandro, almas muy puras, casados, ignorando que eran engañados, ambos conmigo, ambos dándome lo que debían darse entre ellos. No me interpreten mal, no me interesa el cuerpo en lo más mínimo, no me atrae cuerpo humano alguno, es la culpa, eso es lo que me seduce, lo que me alimenta.
Así fue como estos dos invitados comieron y bebieron felices, permití muchas instancias de privacidad entre ellos, que hablaran, que se rieran de mi. Ella se tendió sobre él, tomó una cuchara, una especialmente afilada, quitó el ojo izquierdo de la orbita de su amado esposo. Este estaba lo suficientemente drogado para pedir que hiciera lo mismo con el segundo. Verán ambos habían sido drogados con lo mismo, pero sólo uno de ellos mataría, el que tuviese “eso” dentro actuaría, el otro moriría. Así pasó, y nací, con otra piel, pero sobre todo con otros ojos.
La culpa seguía mis pasos, y la muerte caminaba a mi lado, yo nunca quité una vida, ni una sola, pero mis amigos encontraban una fascinación en soltar sus impulsos, yo no tengo una explicación para ello.
A cada paso que daba un nuevo rostro para la corrupción aparecía, una madre ahogaba a su hijo, o un joven marido golpeaba a su mujer por primera vez. Había canalizado lo que debía ser el poder más grande que un hombre podía tener en la tierra. Mi atracción era tal que a veces me quedaba en mi casa, bebiendo, con la luz apagada y mis víctimas tocaban la puerta exigiendo ser castigadas, uno tras otro querían abrirse a su demonio personal, yo sólo era un catalizador, al menos eso creía.

Los semanas, los meses y los años pasaron tan velozmente, y nadie parecía recibir de la justicia lo que realmente merecía. Casi ninguno de mis entrañables asesinos terminó preso, aunque todos se asaban en su culpa, eso no era lo mismo que recibir justicia. Las nubes volvían a mi pecho y no estaba ni siquiera cerca de la paz que tuve por tanto tiempo, entonces apareció en el living de mi casa, en medio de las sombras, no pude ver bien su rostro pero sabía bien que lo conocía:
-Por favor, toma asiento – dijo tranquilo.
-¿Quién eres?
-Sé que sabes, ¿es necesario que te lo diga?
-Habla.
-Soy quien te hizo, te he perseguido por mucho tiempo, pensé que ya te había perdido. Pero acá estamos, tú y yo.
-¿Creador? ¿Quieres que me trague que tu me has inventado? Yo soy la culpa, soy el pecado, ¿conoces mi obra?
-No es verdad, eres un personaje, uno que inventé hace años, cuando vivía en un pequeño cuarto, no había mucho que comer, estudiaba derecho, y odiaba a los actuarios, tu eres ese odio, que de alguna manera creyó que era una persona, pero terminó siendo un monstruo, y con el tiempo te hiciste más fuerte, imparable, una fuerza en la furia de una ciudad ingenua. Supongo que la gente te necesitaba, pero no puedo seguir siendo responsable de ti, te odio, pero no me corresponde destruirte – Se detuvo, sacó una navaja y la puso en la mesa. – Gracias por todo lo que mas dado pero debes cortar eso que nos une. El rostro que te adorna.
Luego desapareció en el mismo aire que lo dejó entrar, hice lo que debía, corté mis párpados, quité uno de mis ojos, y los lóbulos de mis orejas, anestesié el rostro con hielo para quitar mis labios. Antes de perder el conocimiento pude ver aquello que buscaba, la culpa, los ojos de Dios.

Pero no se me dejaría descansar, claro que viviría, como una bestia, esta vez también por fuera, el estado me puso en un asilo, y mis viejos camaradas me iban a ver dejando dulces que nunca comí, yo les brindaba una bienvenida con mi rostro cubierto por vendas. Mi poder seguía ahí, y lo usaba para cometer pequeños pecados con las enfermeras, nada grave, nadie resultaba herido, al menos no de manera permanente. “Enfermedad Laboral”, dijeron, culpa de toda la maldad que había visto, lejos de adivinar lo que me había pasado.
En el asilo se me cuida bien, mejor incluso de lo que alguna vez pudo hacer mi madre. Pero, saben, los locos tienen algo agradable, cálido en ellos, y han dejado sus cuerpos atrás hace mucho, ahora eran muñecos para mi placer, la furia que sienten contra el mundo que los deja atrás, ah, sí, eso es pasión sincera, hermosa furia.
Si es que yo había sido creado, o fue una alucinación, no importa, ahora sólo descansaré junto a la ventana, con los demás dementes que comparten conmigo sus cantos agónicos, algún día estaré ahí afuera otra vez, buscando ese pequeño fulgor que vi al recibir mi castigo, los ojos de la culpa, el rostro de Dios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Maestro Flowers deje que lo llame genio! Amo todo lo que usted escribe es como el mal encarnado, que sólo crea cosas buenas... no sé si me entiende, es una puerta al Abismo que sólo trae maravillas.

Lo adoro.

0x0xrickx0x0 dijo...

hola Maestro flores bueno tendria q haber dejado aki el temaq habia puesto en la hitoria del niño tortuga, ve nuevamente habla = q alguien q huviese sidocorrompido prola semilla del abismo, Petrov estaria Orgulloso xD en especial Moloch pero bueno esop


Ciao



.,.,.,.0x0xrickx0x0.,,.,.,.,.

Anónimo dijo...

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