En un principio solo existió el Caos. En el vacío exterior apareció Erebo, el ignoto lugar donde Muerte y Noche habitan. Todo allí era hueco, silencio, infinito, oscuro. Entonces nació el amor, Eros, hijo de Erebo y Noche, con él llegó el comienzo del orden. Del Amor surgieron Luz y Día y apareció, Gea, la Tierra. Fue entonces cuando Erebo durmió con Noche y de aquella unión nació Aether (Eter), la luz del cielo.
Noche, en soledad, produjo Destino, Sino, Muerte, Letargo, Sueños, y otros fenómenos que llegan hasta el hombre desde la oscuridad. Mientras, La Tierra (Gea), alumbró a Urano, los cielos. Urano llegó a ser compañero de Tierra y la cubrió por todos sus lados. Juntos tuvieron tres Cíclopes, tres Hecatonquiros y a Titán, que tuvo a su vez seis titánes y seis titánidas. Pero Urano fue mal padre y mal marido. Odiaba y detestaba a los Hecatonquiros. Les hizo prisioneros en escondidos lugares de la Tierra, en el seno de Gea. Esto enfureció a Gea, que empezó a conspirar contra Urano. Todos estaban aterrados excepto el joven titán, Cronos. Gea y Cronos tendieron una emboscada a Urano. Mientras yacía con Gea por la noche, Crono agarró a su padre y lo castró, con una hoz de piedra y arrojándolos después al Océano. De la sangre derramada surgieron Gigantes, Ninfas, las Erinyes, y de la espuma que los genitales levantaron, al caer en el mar, surgió Afrodita.
Cronos se convirtió en el omnipotente nuevo jefe del universo, como primera medida, encarceló a los Hecatonquiros y a los Cíclopes en Terrarus. Se casó con su hermana Rea, otorgó mucho poder a los Titanes y gobernó durante muchos años. Como Gea y Urano habían profetizado que finalmente sería destronado por sus hijos, para evitar que se cumpliera la profecía, se los tragaba cuando nacían.
Rea, encolerizada y apenada por esto, empezó a conspirar contra él. Cuando nació su sexto hijo le escondió y le puso bajo la protección de las Ninfas del mar. Para encubrir su decisión envolvió una piedra en las mullidas ropas del infante y se la entregó a Cronus que se tragó el envoltorio de un bocado, encantado y sin reparar en el engaño.
El niño puesto a salvo fue Zeus. Creció en Creta, y cuando llego a ser un hermoso joven
comenzó a planear la derrota de su padre. Rea convenció a Cronos para que aceptara los servicios de Zeus. Este aceptó, le permitió entrar en el Olimpo y le nombró su camarero personal. Zeus, aprovechando este privilegio, preparó una bebida especial y se la brindó a Cronus que inmediatamente se durmió y vomitó los cinco hijos que había engullido de forma tan salvaje como natural. Los cinco jóvenes dioses volvieron sanos a este mundo y sin haber sufrido ningún daño, y agradecidos a Zeus le nombraron su líder.
Pero todavía era necesario derrotar a Cronos. Este y los Titanes, excepto Prometeo, Epimeteo y Océano, se aprestaron a mantener el poder. Atlas asumió el mando de la batalla y durante algún tiempo pareció que los jóvenes dioses iban a ser derrotados.
Pero Zeus, empleando grande astucia, regresó a la batalla con nuevos aliados. Los Cíclopes le proporcionaron rayos celestes, arrojadizos como armas de ataque, capaces de fulminar al enemigo más poderoso. Armó a los Hecatonquiros con grandes cantos rodados y les emboscó en lo alto de los desfiladeros. Llegado el momento, los hicieron caer con tal furia que los Titanes pensaron que las montañas se desplomaban sobre sus cabezas. Prácticamente destrozados huyeron aterrados, dando la victoria a Zeus; exilió los supervivientes a Tartarus, los infiernos. Atlas, el cabecilla, sufrió un castigo especial, fue condenado a soportar El Mundo sobre los hombros para la eternidad...Y todavía debe seguir haciéndolo.
A pesar de la victoria, Zeus, no pudo, todavía, sentirse seguro. Gea, triste por no haber podido disfrutar de la infancia de sus seis hijos, dio a luz su último vástago, Tifón, que era más espantoso que el más horrible de los dioses. Zeus se vio forzado hacerle frente, entonces lanzando contra él uno de sus rayos mortales, acabó con el monstruo, que fue enterrado bajo el Monte Etna en Sicilia y todavía pueden verse, de cuando en cuando, sus encendidos humos.
El desafío final lo provocaron los Gigantes. Invadieron el Monte Olimpo trepando por las montañas en un gran esfuerzo por alcanzar la cumbre. Pero los dioses, que había crecido fuertes y contaban con la ayuda de Heracles (Hércules), les sometieron y establecieron la paz que daría paso a una era de luces y prodigios.
En tiempos muy remotos, sobre la tierra sólo existían dioses inmortales. En ese mundo de sólo divinidades inmortales, los dioses desearon crear seres para poblar la tierra. Una vez decidida tal idea, Zeus encargó a los hijos del titán Jápeto, que dotaran de gracias y fuerzas a las criaturas terrenales. Fue Epimeteo, quien rogó a su hermano Prometeo, que le permitiera repartir los dones entre los seres terrenales.
Epimeteo dio a cada animal un don, la belleza a uno, a otro la potencia, a otro la velocidad, a otro la corpulencia, a otro la sagacidad, etc., según su criterio de conveniencia. Careciendo de la sabiduría de su hermano Prometeo dio todos los dones a los animales dejando al hombre para lo último, quedando de esta forma el ser humano desnudo, indefenso y desarmado. Fue entonces cuando Prometeo, el amigo del hombre, viendo la injusticia que se había cometido, tratando de corregir el error y robándole la sabiduría a la diosa Atenea, concedió al hombre la lógica.
Prometeo tomó al género humano bajo su protección y robó el fuego a Hefesto regalándoselo al hombre para que se calentara y pudiera vivir mejor, y le enseñó todo lo que sabía.
Pero Zeus, al enterarse de los dones otorgados al hombre que le permitían parecerse a los dioses, lleno de ira, arrojó rayos y relámpagos y castigó a Prometeo duramente encadenándolo en el monte Cáucaso, en los límites del Universo.
Allí todas las mañanas un águila le roía el hígado, que durante la noche le volvía a crecer para volver a ser devorado nuevamente al día siguiente.
Treinta años más tarde, Heracles liberó a Prometeo de tal cruel sufrimiento. Hefesto, dios del fuego, modeló en su taller a la primera mujer, que fue inicialmente una estatua de metal. Como era muy bella, Zeus resolvió darle vida y uno de los dioses le agradeció con los dones de la belleza, la gracia, la inteligencia, la habilidad y el poder de persuasión. Pero también Hermes la dotó de astucia y falsedad y Hera de curiosidad, inquietud que no le daría paz a la mujer un solo instante. Zeus le envió a Epimeteo a Pandora como regalo, quien hechizado por su belleza decidió unirse a ella de inmediato. Como regalo le ofreció a ambos una bellísima caja adornada con piedras preciosas y oro.
La caja estaba cerrada, pero al darle Zeus la llave a Pandora le advirtió que si querían vivir felices no la abrieran nunca.
Epimeteo y Pandora vivieron felices muchos años una vida idílica y tanto ellos como sus descendientes ajenos a todo tipo de problemas, felices como los dioses, sin penas, sin preocupaciones ni vejez que los amenazara.
Permanecían siempre jóvenes, se divertían en forma permanente y vivían de las frutas de la tierra sin matar a ninguna criatura viviente para subsistir.
No existían ni robos ni crímenes y cuando se cansaban de tanto vivir se tendían bajo un árbol y allí se dormían eternamente. Entonces, una suave brisa los transportaba a un lugar aún más tranquilo y mágico. Pero un día, la curiosidad pudo más y Hara abrió la caja y fue así como surgieron las desdichas y los males de este mundo, como las enfermedades, las amarguras, los dolores y otras desgracias.
La esperanza fue lo último en salir en forma de un pequeño pájaro y como símbolo del consuelo para la humanidad.
miércoles, marzo 08, 2006
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