viernes, diciembre 14, 2007

La Triste, Pero Increible Historia del Niño Tortuga y la Chica Pájaro







XX

Los Gnolls, para quien no los conozcan, son criaturas muy poco atractivas, que recuerdan a un hombre de mediana altura, y a una hiena, con el mismo poder de mandíbulas, instintos, y astucia del segundo, con la capacidad para el engaño, la imaginación e inteligencia del primero. Los Gnolls del desierto eran especialmente horrorosos, al ser albinos, de ojos rojos, encías que mostraban dientes disparejos, amarillos y muy filosos. Pero algo que la mayoría de los escritores del tema a olvidado al describir a los Gnolls, es que son muy religiosos, fervientes creyentes, con una rica tradición ritual. ¿De dónde sale esta fe? Muy sencillo, los Gnolls fueron creados, así de simple, por un hechicero hace doscientos sesenta y dos años, la matriarca, llamada elegantemente Elena Dos Pasos recuerda muy bien ese día; como no hacerlo si anteriormente a la creación, ella había sido una hiena blanca, un depredador, un carroñero libre de pensamiento y dubitaciones, hasta que este humano, Flavius Elevus era su nombre, decidió probar su teoría de fusión de ADN mitocondrial y bueno, resultó. Este hecho marcó para siempre el destino de los Gnoll, ya que el conocer su propio origen, también les dio la eterna certeza de que habían seres en este universo que controlaban sus vidas. Es así como el ritual litúrgico que encabeza la matriarca cada día jueves, da gracias a diez dioses distintos, saluda a veinte genios, y nombra treinta ángeles antes de comenzar al acto religioso mismo. Esta capacidad de creer en prácticamente todo, también les había hecho vulnerables en un pasado no muy lejano.
La matriarca hizo sonar los huesos que guarda en su calabaza, el sonido era extraño, no el normal tak tak tak, era más bien tok tek tik, primera vez, desde que inventó el ritual, que estaba sirviendo para algo. Se venía algo raro, el camino no traía solo polvo.
-Madre – dijo uno de los machos – seguimos a unos Tugereb por el camino del sur, eran poco más de cien, huían del Valle.
-Veo. Mantengan sus ojos y narices sobre ellos, no quiero perderme lo que pueda suceder.
Los huesos sonaba más raros aún. Quizás la máquina estaba estropeada, pero a ella no le gustaba engañarse sola. Algo andaba ridículamente mal, nadie le podía discutir eso.
Y una madre nunca se equivocaba mucho, al menos no con respecto a sus hijo. No he querido, hasta ahora, hablar de Yiressel, un macho de aspecto fiero, uno de los mejores cazadores de su jauría, no era le más grande, pero sí el más feroz, y si bien las hembras tenían más tamaño, ya había dejado claro que quería un lugar para si mismo. Su nombre en Gnoll significaba cachorro dormilón. Nombre bien justificado, pues desde que tiene memoria, él ha soñado, y la aparición más frecuente era un ser, mitad pájaro, mitad hombre, que le prometía un esplendor lejos de la garra de una matriarca que no se desidía a morir. Yiressel había esperado, hasta que hace unos días Kilim había aparecido, no exactamente él, un arbusto en llamas en el desierto le había dicho que hacer. Lo que el cachorro no sabía es que su dios había hurtado la técnica de un libro de los pequeños mundos esfera. Pero eso no importaba, lo cierto es que ya pronto dejarían atrás esas homilías eternas, esas plegarias al amanecer, atardecer y aquellas para salir a cazar. Ahora le diría a todos que había un dios mejor para ellos, una nueva forma de dios, un monarca total y absoluto. Pero había una sola cosa que él debía hacer antes de que esta nueva era gloria llegara, el lector inteligente ya se habrá dado cuenta, pero si usted pertenece al otro tipo de lectores pues prodiga en estas páginas, que nos enteraremos juntos.
Tradicionalmente los Gnolls atacaban en la hora ciega de la madrugada, justo antes del amanecer. Pero esa era una noche sin luna, y había mucha carne, carroña, soldados Tugereb muertos, animales que estos devoraban a medias, pero también habían caballos perdidos en los desiertos, comida fresca.
La matriarca encabezó la partida de cazadoras, por otro lado los machos buscaban la carroña que abundaba. Para Yiressel ya había sido mucho, cuando la Matriarca y las cazadoras comenzaron a seguir a un grupo de asnos extraviados, el joven macho preparó el arco y soltó una flecha, una especialmente preparada para aniquilar a una mujer que había sobrevivido, incluso, a su creador. El sonido seco de la matriarca al caer fue remplazado por el llanto de las demás cazadoras, que al ver quien había disparado, se pusieron en posición de ataque, lo que normalmente hubiese sido una muerte segura para él, de no ser que de pronto se vio apoyado por la mayoría de los machos, y los Tugereb que ahora rodeaban a las hembras.
El fin de una sociedad había llegado, y un nuevo rey se alzaba. A pesar de algunas bajas lamentables, el ejército de Kilim aumentaba sus filas, una sonrisa se elevaba en el desierto.

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