domingo, diciembre 10, 2006
Los Tokugawa
Tras la toma del poder por Tokugawa Ieyasu (1542-1616), aunque sus bases habían sido puestas por los períodos de gobierno de Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi. Sus características esenciales van a ser: la reunificación del país y la afirmación del papel del shogún; el establecimiento de una estructura social que diferenciase rígidamente los diversos sectores de la población; y la política de aislamiento del exterior. Tokugawa Ieyasu, que había iniciado su carrera como samurai a las órdenes de Nobunaga, sometió las revueltas de daimyos, surgidas a la muerte de Hideyoshi para intentar restablecer el orden feudal, y contuvo el descontento de parte del ejército por el fracaso de la expedición de Corea, reforzando su posición de aspirante a detentar el poder absoluto.
La familia Tokugawa había ido acrecentando sus propiedades desde un pequeño feudo y a fines del siglo XVI Ieyasu era uno de los grandes daimios. Por ello, le resulta relativamente fácil imponerse a los demás candidatos y conseguir su vasallaje. Los que se resistieron fueron vencidos en 1600 en la batalla de Sekigahara.
Esta victoria le permitió la reorganización del territorio, confiscando tierras de los derrotados, que acrecentaron las propias y le dieron posibilidad de premiar a los leales. Para terminar de dar legitimidad a su poder, en 1603 restauró el título de shogún, que heredarán sus descendientes. Los inmediatos sucesores de Tokugawa Ieyasu, su hijo Hidetada (1605-1623) e Iemitsu (1623-1651), continuaron la obra de fortalecimiento del poder central. El descuido de los asuntos de Estado por los siguientes shogún, Ietsuna (1651-1680) y Tsunayoshi (1680-1709), provocaron que a finales de siglo comenzase un nuevo período de turbulencias, debido al malestar causado por el deterioro económico y la política extravagante y caprichosa del último shogún citado. El nuevo sistema político impuesto por los Tokugawa se basaba en el equilibrio de poder entre el shogunato y los daimios (el baku-ban), uno en el centro y los otros en sus provincias. Sin embargo, la balanza siempre estará a favor del shogún, por sus propiedades mucho mayores. El particular sistema de propiedad de los daimios también debilitaba su posición, pues no ocupaban sus propiedades hereditariamente, sino por voluntad del shogún, que decidía en cada caso. En realidad, sólo algunos se mantuvieron durante generaciones en el mismo territorio, accediendo la mayoría a las propiedades mediante un juramento de fidelidad y traspasándose otros lugares, según la ocasión lo requería.
Más que señores feudales, los daimios eran funcionarios de carrera, sujetos a los cambios de destino, según las necesidades o las gratificaciones a su lealtad. En 1615 salió a la luz un código que regulaba la conducta de los daimios, tanto privada (matrimonios), como pública (número de fortalezas y hombres armados), haciendo muy difícil la sublevación contra el poder superior. Para evitarlo de forma más efectiva,
okugawa Ieyasu, siguiendo una costumbre de Hideyoshi, obligó a los daimyos a residir en la capital, Edo (Tokyo), seis meses al año si vivían cerca, y un año cada dos si habitaban en la periferia, manteniendo permanentemente allí a una parte de su familia como rehén.
Este sistema debilitó económicamente a los daimios, al obligarlos a mantener dos residencias y causarles elevados gastos en viajes. Por otro lado, muchos de estos señores estaban integrados en el gobierno del shogún, de manera que se vieran involucrados en el sistema establecido. Si de esta forma se alejó el peligro que pudiese venir por abajo, también se adoptaron medidas para evitar el de arriba. El nuevo régimen mantendrá en su más alta jefatura al mikado, emperador sólo nominal. Todo el prestigio para él y su familia, pero encerrados en su palacio, vigilados por un gobernador militar en Kyoto, teóricamente intermediario entre el emperador, la Corte y el shogún.
El código de 1615 delimitaba claramente las posibilidades de la familia real y sus relaciones con la nobleza, los daimyos y la Iglesia budista. En Edo, la capital, se estableció la Administración central, encabezada por dos Consejos. El Consejo de los Ancianos, compuesto por cuatro o seis miembros, tenía autoridad sobre política exterior, fiscalidad, moneda y distribución de tierras. Al Consejo de los Jóvenes pertenecían daimios de categoría inferior.
Existían también una serie de cargos administrativos, sometidos al control del Consejo de los Ancianos: el gran chambelán, para la relación entre el shogún y los consejeros; los encargados del protocolo; los magistrados de finanzas; los inspectores generales, para el control sobre los daimios; los defensores del castillo de Edo, y los superintendentes, especializados en temas específicos, como las relaciones con la Iglesia. Entre las primeras medidas tras la unificación se encuentran aquellas que establecen una estructura social jerárquica.
Durante la época de las guerras intestinas la movilidad social había sido considerable, siendo la situación propicia para que campesinos o aventureros de espíritu emprendedor se convirtieran en guerreros y, con fortuna, en daimios. De la misma manera, algunos señores derrotados habían caído en la condición de campesinos. Para lograr la estabilidad, Tokugawa Ieyasu consideró esencial separar del resto de la sociedad a los guerreros, únicos que tenían el privilegio de portar armas. Tras ellos seguían, de forma jerarquizada, los campesinos, los artesanos y los comerciantes.
En la base del escalafón se encontraba la comunidad discriminada, casta ínfima segregada del resto de la población, que tenía graves limitaciones en las ocupaciones que podían tener y cuyo estatus se heredaba o se adquiría por expulsión de la comunidad campesina. La religión también será utilizada por los Tokugawa para acrecentar su poder, por medio de las creencias de sus súbditos. Las instituciones budistas consiguieron protección a cambio del apoyo al shogún, tan valioso para éste como por ser razón poderosa para alejar a cualquier rival, como la religión católica. Resultado de esta alianza fue la divinización del espíritu de Ieyasu y el establecimiento de una peregrinación para su culto, centralizado en Nikko.
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