martes, noviembre 13, 2007

Capitulo Ocho de la Novela

Gracias chicos por el apoyo, número ocho de la novela. Anoche tomé la desición de postear toda la primera parte, hasta el XXIX así que veremos mucho de la novela acá. Okey, también les cuento que preparo una colección llamada Caravana de Media Noche con material de tres escritores una historia de nuestra colaboradora Paloma Soto, dibujada por Oliver Contreras, otro episodio ilustrado por Kenshin y escrito por un nuevo escritor, y el cuervo de Poe dibujado por Peerro. Mientrás yo estaré escribiendo el tercer Alicia, y terminando esta novela. Quizás haga el tercer libro en prosa y no en poesía, ¿qué piensan?

Bueno los dejo con el episodio 8 y las locuras que trae... cada día estoy más seguro que esta novela me esta salvando la vida.


VIII

Gustav Gulhan de Checa, era de profesión contador, desde niño apegado a los números, de temprana edad fue un espectáculo andante, no existiendo para él número pequeño, primero en las escuelas primarias de Bajo Raíz, luego en las tierras vanas, a las que llegó huyendo de un príncipe no muerto que había puesto precio a su cabeza, ¿la razón? Nada sorprendente, números, Gustav había olvidado de enterar algunos billetes a las cuentas de su cliente, pues este no reaccionó bien. A Gustav no le quedó más que aprovechar la abertura hecha en el jardín de junto al de Alex, inventarse una identidad, partir de cero, un refugiado dimensional si se quiere.
Había sido una tarde sumamente pesada, sin almorzar, procesando números para idiotas que creen que entienden los números, y no se dan cuenta que estos están vivos, respiran, tienen su propio pulso, ningún humano ama bien a las matemáticas, pues ninguno ha visto jamás la quebrada de los números, el pozo decimal, los lugares en que el universo crea la matemática. Se sirvió una copa de oporto, y se sentó frente al televisor.
-Es un gusto verte otra vez Gustav – Dijo la voz desconocida del Decano/Kilim.
-No lo conozco, ¿quién es usted?
De pronto la habitación se llenó de fantasmas anodinos, que examinaban su entorno, ignorándose los unos a los otros murmurando cosas sin sentido, al menos para nosotros.
-Mi nombre es Kilim.
-¿El dios? De…
-Si, si, no lo digas, ese, pero ahora trabajo de demonio.
.¿Vienes por mi alma?
-No me interesa tu alma contador, por lo demás no sabía que tu raza tuviese una, jamás tuve contadores entre mis seguidores.
-No creo que vengas por una asesoría contable.
-Es verdad, no vengo por eso.
El Decano ya se estaba acostumbrando a la presencia del demonio, sus voces, la geografía de su pensamiento no le era extraña y cada vez estaba más seguro de compartir sus motivos, ser una deidad, tocar el infinito con sus manos.
Gustav yacía muerto en el suelo, la manos del Decano/Kilim estaban manchadas de sangre, no habían emociones por ese hecho, quizás algo de insatisfacción. El uno de ellos, ya había matado muchas veces, naciones enteras habían perecido bajo tormentas de polvo levantadas con sus manos, también había recibido sacrificios, no pocos. Y estaba por último el hecho de que un dios, para llegar a ser dios siempre debe destruir a uno anterior, en el caso de Kilim, había sido Arsenal, un pequeño dios de la guerra, nada complejo. En cambio el Decano, antes de ser llamado así era Antonio, y sólo era un humano, uno especialmente delicado, delgado, calvo, sin pretensiones, no sabía lo que era, pero no era un asesino. Este era un momento de exaltación, pero demasiado breve para su gusto, su entrada al mundo del crimen había sido menos pomposa de lo que podía esperar.
-Nos faltan unos pocos más. – Dijo Kilim.
-¿Podemos hacerlo más lento la próxima?
-Si gustas, sí. No me parece especialmente agradable el dolor, nunca fui un dios del dolor, pero es bueno expandirse a nuevas posibilidades.
-Bien. ¿Vamos por la niña?
-No, aún no, no tengo la fuerza para tomarla, necesito cazar a los exiliados primeros. No me envuelvas en tus ansias humanas.
Eso era verdad los pensamientos del Decano se filtraban en la mente del demonio, como un veneno, las mentes se fundían, él no podía entender porque una mente pequeña podía hacerle eso, quizás había algo en este humano, lo mismo que lo atrajo, un mal puro y en estado bruto, que ahora lo estaba dominando. Es curioso, pues él mismo nunca había creído en el cuento del bien y el mal, los dioses estaban sobre esa charla.
Salieron tan fácilmente como entraron, se entregaban a la electricidad de la noche con nerviosismo, emprendían el viaje al su siguiente exiliado, el extraño ser llamado solamente Choa.

Choa había sido, hasta entonces, el único exiliado que seguía yendo y viniendo a su tierra natal, un lugar innominado tan lejos de Bajo Raíz, que realmente a sus autoridades ni siquiera le interesaba. Era una colonia para sobrevivientes de la Epidemia Negra, una infección que había arrasado con la raza de Choa, tanto había sido su fatalidad, que antes esta raza era la tercera raza en poblar el universo conocido, después de humanos y no muertos, ahora eran unos pocos cientos. Choa ya no quería estar en la decadente colonia, así que abrió portales en distintos planos para ir y venir.
El carrito con cartones se detuvo al ver la delgada silueta del ser que se le aproximaba. En su mano derecha sostenía el rosario del dios Único, rezó un par de líneas, después se dijo, “¿qué estoy haciendo?” Comenzó a correr, tan veloz como su joroba se lo permitía, tras él, un demonio enfurecido. Choa concentró el poco poder que le quedaba y abrió un portal, este le podía llevar a otro mundo esfera, de regreso a su hogar, u otro punto que el inestable portal decidiera.
Kilim estaba frustrado, ya no sentía el alma de la criatura.
-No importa, hay suficientes exiliados. – dijo el Decano – quizás matar unos cuantos humanos convencionales nos sirva.
-No había pensado en eso, al parecer algunos de ustedes tienen un espíritu, una luz, casi como si estuviesen vivos, no todos, pero los que tengan nos irán sirviendo.

Choa estaba seguro de haber visto a Kilim detrás de esos ojos humanos, después de trescientos años de vida, estaba seguro de que cuando un ser como ese se te acerca, nada bueno podría pasar. Ahora, ¿dónde estaba? Miró la dirección de las calles, aún estaba en el mundo esfera, se sintió desilusionado, su poder casi se había evaporado, una pena. Su joroba le dolía, a pesar de la poca carga que llevaba. Respiró pesadamente, entonces, un dios había tratado de matarlo, eso si que era novedoso.
Simplemente se perdió en la noche, esperando salir de esta historia para siempre, pero eso, sabía muy bien, era ya imposible.

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