lunes, noviembre 19, 2007

Novela Parte Once

Hola, días de calor, mucha pega, poco contacto humano que no sea pedir trabajo. Acá va la historia de Alex, un chico alienado en si mismo, versus enemigos reales que podrían arrasar la creación, pero son demasiado estúpidos para hacerlo.

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XI

Montegrande estaba cansado de llamar a su novia, ¿quién creía ella que era? No responder, a unos días de irse a vivir juntos, estaba indignado, pero no profundamente; estaba enojado porque la costumbre le indicaba que debía estarlo.
Abrió uno de los libros que el Chico Tortuga había traducido para él, era un tratado ruso sobre la ética durante la guerra, comenzó a transcribirlo en su computador, sería materia para su clase, la ética le preocupaba poco fuera de clases, pero dentro de clases era su materia, su cátedra. Exponía ejemplos del Quijote, Aristóteles, así también como imágenes religiosas, profundas, acompañadas de su enorme capacidad de aburrir al público, que parecía un signo de inteligencia para profesores y alumnos. Pero sin Alex, no podía hacer estas cosas, él lo agradecía, si Alex no tuviese la discapacidad que tiene, habría sido un hombre tan grande como él, pero a algunos les toca, a otros no, así es la vida. Esa era una excusa familiar, vieja y recurrente que solía usar su madre, para explicar porque querían más a su hermano que a él, ahora la usaba para disculpar sus propios vicios, es muy lindo ver como los valores familiares componen, al menos, una buena parte lo que eres.

Hablando de familias y familiares, no había una tan compleja como la de los dioses del desierto, a la cual Kilim pertenecía. De los ciento doce dioses que alguna vez conformaron el panteón de las grandes tribus, sólo cincuenta seguían con vida, y eran los más fuertes y durante eones habían sido los únicos detentadores del poder. No había nadie más pedante que su hermano mayor, Otorol, el dios del Gran Pilar; si supieran que el gran pilar fue derribado hace muchos años, cuando el imperio del desierto fue destruido por las plagas y las guerras, nadie le prestaría atención. Verán Otorol era vanidoso, extraordinariamente fuerte, y lo peor, lleno de seguidores, cosa que Kilim no tenía, ni ahora, ni nunca, excepto por un par de Floricultores beatos. Segundo en la lista de seres insoportable, estaba su primo, el dios dragón, Unilla, no era pedante como Otorol, pero era un sabelotodo, sus seguidores eran eruditos y estudiosos, es por eso que en Bajo Raíz hay un templo en su nombre, siendo el único dios del desierto permitido en la ciudad, y desde que eso había ocurrido, actuaba como un hombre de mundo, terminando su frases en idiomas extranjeros, haciéndose pasar como un Bon Vivant, pero a pesar de todo eso, eran de su sangre, habían nacido juntos. La verdad es que odiaba mucho más a esos otros dioses, aquellos que habían llegado después, los hombres de las tierras occidentales había traído a sus dioses del trueno, la sabiduría, el amor y cuanta cosa se les ocurría. Después otras razas trajeron sus propios dioses, los gusanos adoraban a Gullorin el Siempre Sagaz, dios de la inteligencia, los no muertos aman a Amilia, diosa de la belleza y la eternidad, los transportadores tenían una serie de dioses del camino, y los descansos, eran dioses muy prácticos para los sindicatos. Otros pueblos tenían dioses de todo tipo, había hace poco una tribu que vivía a los pies del Gran Glacial que tenía un dios dedicado exclusivamente al cultivo de hortalizas. Los familiares de Kilim se extinguían, eso era verdad, pero dos o tres de estos dioses estaban asegurados por el fervor religioso de los pueblos del desierto. ¿Qué otra cosa iba a hacer? Cuando no habían escuelas, salud, o posibilidad alguna de cambiar la vida del nómada, Así que los dioses del desierto se aseguraban de aparecer mucho, apresurar y provocar guerras. Kilim tenía un plan similar, uno que incluía derribar las paredes de Bajo Raíz, llegar más allá del río Estigia, aún más allá, hasta las puertas plateadas, extender el desierto. Para realizar este plan, ya había enviado sueños premonitorios al más poderoso Sheik del desierto occidental, en este sueño le mandaba la promesa de matar a la chica de la profecía, aquella que había huido hace veinte años, ella se sacrificaría voluntariamente, el primer paso de su Apocalipsis estaría dado. El siguiente paso lo dejaremos para después, solo podemos con una conspiración a la vez. Ahora Kilim ponía sus ojos sobre Montegrande, no sus ojos reales, que eran realmente del Decano, sino, ojos especiales, ojos de demonio. Escuchaba los pensamientos del hombre, él y no otro debía ayudarlo a enloquecer a su niña, esa que tiene la semilla para entrar en los cielos. Además había algo curioso sobre este chico, no sólo se había contagiado de la semilla divina que habitaba en la chica, también estaba contaminado de otra presencia, pero ni el demonio, ni el Decano sabían explicar que era.
-Debemos matarlo. – Dijo el Decano – Es un ladrón, un diletante.
-Lo mataremos, a su momento, verás, la chica debe entregarse por su cuenta a mi poder, debe rendirse, será este humano quien se encargue de destruir su moral, y lo mejor es que no necesitaremos hacer contacto con él, por lo que leo, ya está actuando a nuestro servicio, y por favor deja de hablar de matar, estas comenzando a asustarme un poco.
-¿Asusto a un dios?
-Demonio.
-Mejor aún.

Montegrande estaba ocupado ordenando el material para su cátedra, se sentía efectivamente observado, como si el peso de muchas miradas estuviesen sobre él, bueno no miles, pero exageremos en pos de una mejor narración. Volvió a llamar, pero nadie le respondía, quizás debía ir a ver al señor tortuga y ya.
Gabriela conocía bien a Alex, como lo hacían todos, y al igual que otros lo evitaba lo más posible, sólo para pedirle esto o aquello, pero le ponía nerviosa que su pareja pasara tanto tiempo con tal criatura; para Montegrande era justo, si ella no le contestaba, entonces podía ir a ver al monstruo que tenía por socio.
Después de su clase enfiló rumbo al departamento, subió caminando los tres pisos, hasta que llegó al lúgubre pasillo que abría el único camino para llegar donde Alex había hecho su guarida. Tenía llave de manera que simplemente entró, la escena hubiese impresionado, destruido, impactado, quizás, a cualquiera. Bueno, eso fue exactamente lo que ocurrió con él, cuando encontró al gusano discutiendo con el monje sobre la capacidad de los mundos para resistir paradojas temporales, y a su amigo, sirviendo mate a ambas criaturas, supo que el fin del mundo era posible, y simplemente calló sobre sus espaldas, cerró sus ojos y apagó el sistema. Si hubiese soñado, proyectar esos sueños hubiese sido un evento de Best Seller, pero esa tecnología no estaba inventada en ninguno de los dos mundos, al menos, según yo sé.

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