miércoles, noviembre 14, 2007

Novela Episodio IX: Cuando las cosas son feas y los héroes son aún más feos





IX

Antonin había visto suficiente, sabía que Kilim no iría directo hacía la chica pájaro, debía madurar sus poderes, debía volver a pensar como un dios. Los exiliados serían su presa segura, eso o cualquiera que este realmente vivo, aunque era duro de encontrar, habían unos cuantos que le servirían a su causa, y como no podía ir matando humanos antes de que el dichoso dios de los floricultores lo hiciera, cambiar el curso de acción era obligatorio.
Grushon no estaba al alcance de su telepatía, ¿y si su crimen fuera sólo matar al monje? Nada de eso, era un gusano, pero no tan gusano. Hizo túneles hasta llegar a la universidad, pero no estaba ahí. Quizás se había perdido, pobre monje, el pensamiento ambiguo de preocupación y alivio simultáneamente fue disipado cuando pudo leer nuevamente las ondas mentales del monje, y lo curioso que le parecía sentirlo junto a un gran vacío, como un vértice del pensamiento, una orilla de la razón. Es como si Grushon estuviese parado justo a un agujero negro; nunca, gusano o filosofo alguno había sentido esto, quizás habían dioses en este mundo también. Debía apresurarse.
Cuando surgió del subsuelo, encontró a ambos hombres, o niños, si se quiere, debatiendo sobre la mejor manera de preparar leche con frutas. No podía creer lo que ocurría, Grushon había encontrado un Generador de Mundos. Si esta historia seguía así, estaba dispuesto a salir de escena y pedir a la Liga de Exploradores, un descanso, de unos cien años.
Habían hecho su cuartel general en el departamento que Alex arrendaba a una tía lejana. No había mucho ahí, una cama, un refrigerador, una mesita de centro con veintidós libros apilados, otras quince especies vivas compartían ese departamento, pero no nos meteremos con ellos en esta narración, lo que sí les agregaremos un gusano gigante, un monje inocente, y mucha incertidumbre, además de un dolor de cabeza, profundo.
-Definitivamente eres un gusano. – Dijo Alex sirviendo un té a sus camaradas.
-Así es, compartes el don de la observación de Grushon.
-No, es que supe de ustedes hace mucho tiempo, pero pensé que estaba soñando. De hecho por alguna razón conozco cada lugar que nombran, incluso puedo leer el idioma de los monjes.
La preocupación de Alex era legítima, sin segundas intenciones, estaba seguro que él no tenía la menor idea de ser un Generador de Mundos.
-Mira – dijo pacientemente Antonin – tienes un talento único, o al menos raro, tu puedes soñar mundos, mundos que no conoces, tu imaginación ayuda a que estos mundos existan, los vuelve sólidos, les da razón.
-¿Quién soñó este mundo?
-Un habitante de Bajo Raíz, Adán, de la casa real. Él fue el primero en soñar este mundo. No te digo que lo haya creado, eso pasó mucho antes, lo mismo haces tú con Bajo Raíz…
-No sólo Bajo Raíz, puedo ver mucho más allá.
-Muy bien. Ese mundo que vez es muy viejo, mucho más que el tuyo, y está en peligro, por eso necesitaba quien lo soñara, para darle fuerza y consistencia. No todos los seres vivos están realmente vivos, es decir, todos respiran y ese tipo de cosas, pero en estos mundos esferas muchos viven ilusiones de vida, reflejos, cubiertos de grasa y barro. No es tu caso, tu puedes ver lo que hay detrás de las cortinas. Es importante que te quedes conmigo y después te vengas a la universidad.
-O al monasterio – intervino Grushon.
-Veremos que hacer. – Dijo Alex seguro, pero muy molesto. – Si tenemos donde ir.
-Es verdad. – Dijeron ambos viajeros al mismo tiempo.
El silencio gobernó la sala, como gobiernan los tiranos, con dureza, pero finalmente ternura, y soledad. Antonin, comenzó, por primera vez en su vida a sentirse responsable por otros seres. Ambos eran tan inocentes, tan notablemente limpios de mácula alguna.
-¿Quiénes son los exiliados? – preguntó Alex - ¿quién es Choa?
-¿Choa? – Repitió Antonin. – No lo sé, pero los exiliados, pues cada uno de ellos porta un parte del mundo, su energía, su lenguaje, hay muchos exiliados, pero sólo con seis le basta a Kilim para tener a fuerza para dominar su semilla y volver a ser un dios.
-Y destruir el firmamento.- Interrumpió el monje.
Esa sentencia de Grushon volvió a traer al silencio, fuera de la pieza, miles de hombres y mujeres, jugaban sus juegos, cantaban sus misterios bajo un sol que ignoraba absolutamente a sus hijos.

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