viernes, noviembre 23, 2007

La Novela: ¡Qué entre la muerte!

Nuevos ojos para una vieja muerte, la novela sigue, gracias chicos, han sido muy buenos conmigo.

XIV

En un cruce de caminos, no muy lejos de ningún lugar, aquella a quien simplemente llamaban Muerte, miraba su reloj, eran tiempos extraños, la gente iba y venía de su reino, algunos muertos, ni siquiera llegaban a verla y se quedaban amarrados a lugares, o a demonios que servían de infiernos andantes, pero solamente pasaba eso si firmabas un trato sin leer las letras pequeñas.
Como dijimos, debes llamarla solamente Muerte, pero no era la única que ostentaba ese nombre, ni siquiera era la que tenía el grupo más grande de personas a su cargo, pero se podía decir que tenía el territorio más interesante de todos a su cargo, los mundos esferas eran lo suyo, lugares peculiares, con gente cómica, con extrañas ideas de cómo la muerte debía ser y donde debía de conducir. La verdad es que a todos les pasaba lo mismo, debían llegar a este punto, y caminar por sus propios medios a donde les tocara. ¿Dónde era eso? Pues ella no sabía, ni le interesaba, Bajo Raíz tenía muchos no muertos en sus calles, pero no eran suyos, eran diferentes, habían sido afectados por una rara enfermedad que les permitía no respirar, no envejecer, pero no estaban muertos, no de verdad. ¿Las razones de eso? Pues es materia para otro libro, pero digamos que ella no tenía nada que ver con eso, tampoco tenía mucho que ver con los dioses, pero se había llevado ya a unos pocos, en los mundos esferas, y fuera de ellos. Una vez tuvo que tomar a un dios de la muerte, fue algo gracioso y triste a la vez, ¿cómo le dices a un dios de la muerte que esta muerto? Bueno había que hacerlo y cuando eso ocurría el berrinche no era poco, Anubis había sido el último de esos casos, pobre cachorro.
-¿Cómo muere un dios? – Preguntaba ignorando su propio fin.
-Pues cuando muere el último de tus creyentes.
-Pero la gente aún sabe de mi existencia.
-Sí, pero se necesita fe, eso es lo que buscan los dioses, mira, ¿a cuantos podrías decirles, mata a tu hijo? ¿Cuántos contestarían, “a que hora”?
El silencio reinó el camino de Anubis hacía el olvido que Muerte le estaba ofreciendo. Algo similar ocurría con los demonios, pero a veces se ponían agresivos, razón por la que aún tenía su guadaña, una chica debe saber defender su honor.
Hoy era un día tranquilo, no más muertos fuera de lo común. se pintaba las uñas con un plumón de pizarra, había que honrar el cargo, al menos lucir como el cliente creía y eso había cambiado mucho, primero usaba un disfraz de huesos y una guadaña, bueno aún usaba la guadaña, uno se acostumbra. Durante un tiempo fue hombre, y juzgaba a la gente desde su escritorio, simulando papeleo, pero eso no duró. Desde un tiempo a la fecha la cultura popular le obligaba a tener cierta elegancia, algo de chica gótica, debía de estar puesto en el personaje, legado de los noventa. Pero mucha gente esperaba muchas cosas, y siempre había una persona insatisfecha. Como fuese, era una dama y su sentido estético, era perfecto, al menos eso creía, mientras seguía con su pintada de uñas.
Lejos en los caminos adyacentes a la Muerte (sí, ella también es un lugar), una triste figura avanzaba. Su cuerpo estaba en llamas, pero se lograba ver una armadura con los colores de Bajo Raíz, azules, negros y dorados. El ser que ardía era el Coronel Ashamal Canasto III, antiguo jefe de la guardia, actualmente sirviendo a la Liga de Exploradores en el reino de bolsillo llamado Yamartha. Este era un pequeño reino donde los humanos dejaban sus sueños, especialmente esos que olvidaban en la mañana, este era un lugar adherido a la esfera llamada Tierra. Bajo Raíz tenía mucho interés en él, pues se sabía bien que algunos seres de las esferas podían cruzar dimensiones cuando cruzaban Yamartha, lo que era a la vez un desafío y un peligro para los habitantes de la ciudad. ¿Quién había sido el asesino? Al principio fue confuso, las llamas se extendían por el cuartel, lo que era fácil de predecir, ya que era de madera. Luego vio una figura que conocía sólo por los libros clásicos, Kilim, no podía recordar dios de que cosa era, pero si le recordaba de una manera u otra, a la floricultura. Los soldados pelearon fuertemente, pero él venía por el militar, no por los conscriptos.
La Liga ya estaba advertida de estos ataques, Antonin había notificado a sus jefes, pero nunca pensaron en que los reinos paralelos también serían atacados, al parecer esta era una emergencia real, y no sólo el sueño febril de intelectuales y monjes.
El llameante hombre se paró frente a Muerte y sólo le dijo:
-¿Esto es todo? Es decir, me enfrenté a ti tantas veces, luché contra dragones del este, y vi como mis compañeros morían en las Puertas de Plata cuando nos atacaron los Carpacios, fui el héroe de mil batallas ¿y sólo tengo esto?
-Pues sí.
-Pensé que me dirías alguna frase, “Bienvenido a tu Destino” o algo así, supongo que ni eso tendré, ¿deshonré a mi familia? ¿el nombre de mi padre?
Muerte hizo un gesto de compasión, y apagó las llamas del hombre, que volvía a lucir como en sus días de gloria:
- Nadie debe sufrir cuando cruza por estos caminos, si es dolor lo que debes encontrar, bueno lo encontrarás, independiente de cómo hayas muerto, has sido un digno hijo de la familia Canasta, cuando naciste fuiste la alegría de tu padre, al vivir amaste, y entregaste lo que tenías para entregar. Tus hijos llevarán tu nombre orgullosos, pero acércate, déjame ver tu rostro.
Algo dentro del hombre se sintió aliviado, no era la primera vez.
-¿Sabes lo que pasa al otro lado?
-Un día lo sabré, ¿no es así?
Ashamal Canasto III entró en los caminos que rodean la vida. Sólo una cosa pasaba por su cabeza en ese momento, “espero que los dioses puedan morir”.
Muerte le vio alejarse, dos personas más con la misma carga llegaron ese día, uno era una bailarina exótica, que había encontrado a Kilim en su camino de regreso a casa, y la otra era un viejo fugitivo de Bajo Raíz, un ladrón simplemente conocido como el caracol. ¿Qué clase de nombre para un ladrón era ese? Este era un mundo particularmente irónico, si es que uno podía darse el tiempo de verlo pasar, y eso era lo que Muerte pretendía hacer, hasta el final de sus días.

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