viernes, noviembre 16, 2007

La Triste, pero increible historia del niño tortuga y la chica pájaro

Hola, los saludo este día raro, con un episodio raro de la novela, este lo escribí integramente en el metro... llevo ya mucho avanzado de la segunda parte, no quiere parar esta historia.



X

Gabriela había salido, quería dejar el departamento, olía a Montegrande, su humanidad se había impregnado en todos los muebles, rincones y ventanas. Ahora huir parecía la opción más sana. Mientras devoraba un helado sabor chirimoya alegre, esperaba que ese cambio que le parecía amenazante hace unas horas, no tardase más, pero nada cambiaba, excepto quizás el hecho de que estaba envejeciendo, como todos los demás mortales, sin saber porque, y sin un propósito en la vida, algo que le parecía injusto y sin razón alguna.
Quiso en ese momento, y sin otro motivo que hacer su voluntad, levantarse, pero parecía pegada a la banca. Intentó nuevamente, pero encontró el fracaso, otra vez. Cuando intentó por tercera vez lo logró, pero destruyó parte de sus pantalones, dejando al aire un corazón, y una banana, que estaban dibujados en sus calzones. La pintura no estaba fresca, ni había explicación alguna, simplemente su ropa se había fundido con el asiento. Corrió asegurándose, también sin éxito, que nadie la viese. Si es que habían dioses en este mundo, todos parecían conspirar en su contra, cuando el cielo comenzaba a dejar caer una tímida llovizna de octubre.
Choa estaba en una esquina recuperando el aliento, y pensando que debía hacer, no tenía la fuerza para transportarse a Bajo Raíz o a cualquier otro punto, estaba viejo, pero no estaba listo para ser comida para los dioses, menos para uno tan antiguo como Kilim, era un duelo de senilidad. Intentó enderezarse tan alto como su joroba lo permitía, pero no alcanzó, ya que el atlético, pero no impresionante cuerpo de una chica pájaro chocaba con él.
Esto es una broma, se dijo Choa. Que había visto muchos seres vivos en toda su vida, pero nunca había visto un ser en estado de evolución. Uno no deja nunca de sorprenderse, se dijo a si mismo. Gabriela parecía agotada y sin fuerzas para levantar su propio peso, por lo que Choa hizo labores de caballero.
-Disculpe…
-Soy Choa, y no tiene que preocuparse por mí, me han golpeado de maneras mucho más dolorosas. ¿No le parece una coincidencia que nos encontrásemos en este plano, o mejor dicho, esfera?
-¿De que me habla? Perdone si lo lastimé, puedo darle algo dinero para que almuerce.
-No, yo soy un transportador, no como.
-¿Cómo es eso?
-No como, no lo necesito. Tengo más o menos energía según muchos factores, desde el clima, hasta mis estados de animo, es una cosa muy simple cuando se logra explicar bien, pero temo que no soy científico quántico. Lo que le puedo decir es que, no creo en las coincidencias y algo nos puso en el mismo camino; alguien esta conspirando.
-¿Conspirando? ¿De qué habla? Bueno, si está bien y no quiere mi dinero.
Gabriela apresuró el paso, Choa le dio unos metros de ventaja y comenzó a seguirla. Primero un dios y después un hibrido en evolución, este no era un día normal, bajo las circunstancias descritas, era mejor tomar el toro por los cuernos, que dejarse arrastrar por la corriente
Cuando llegó al edificio, nuestra chica pájaro intentó subir las escaleras, pero cada vez que daba un paso, se hundía en los peldaños, enterrándose más y más en ellos, hasta llegar a un punto de desesperación total, el cemento era una tumba acuática. Una ves que ya su cabeza estaba completamente cubierta de liquido, comenzó a ahogarse, respirar doloroso, pudo abrir los ojos, pero sólo para encontrar una bóveda negra, con pequeñas luces a lo lejos. Estaba en el espacio, o algo así, verán, uno sólo sabe del espacio por las historias de ciencia ficción, las que: A. Están limitadas por la ciencia que se maneja en esos momentos, o B. Inventan universos que luego definirán algún conocimiento científico, la visión que tenía en estos momentos cave más en lo segundo que en lo primero, pero encontraba poco de científico en ella, especialmente cuando se abrió lo que literalmente parecía ser una ventana en medio del firmamento. A través de la ventana volaban ciento dos pájaros negros, cada uno era una versión gargantuesca de un ave que ella conocía, incluso de quellas que sólo había visto en el Animal Planet, o el National Geographic, Los pájaros graznaban, cantaban, piaban y algunos incluso recitaban pequeños versos mientras se hundían en una segunda ventana que se abría casi justo bajo sus pies, por lo que pudo ver claramente los ojos del líder de la bandada. Eran ojos negros, profundos e inquietos. Miles de plumas rodearon a la chica, que se ahogaba, hasta casi perder el conocimiento, cuando sintió un olor pútrido, pero recientemente familiar.
Choa sostuvo en sus brazos a su ya dos veces socorrida nueva amiga, metió la mano en sus bolsillos y encontró una llave enumerada. La levantó y la transportó a su habitación. Ahí pudo descansar unos minutos. Por más que intentaba razonar sobre lo ocurrido, no podía, jamás había visto a alguien alterar la materia o la realidad de esa manera, ni siquiera los altos magos manejaban conjuros de esa magnitud. La joroba le dolía, el esfuerzo de sacarla de ese bolsillo dimensional había sido muy duro, claramente no estaba listo para volver a escena, pero tampoco estaba tan oxidado como él creía.
El teléfono sonaba, y el identificador mostraba el nombre de Montegrande, pero Choa no contestó, por muchas razones, pero la principal era su odio al aparato mismo.
-Despierte, por favor. – Rogó.
Nada ocurría y la fiebre da la chica subía, su piel se ponía antinaturalmente pálida, como la de un no muerto, y su aspecto estaba cambiando, su espalda comenzaba a mostrar dos grandes salidas de hueso, ella estaba evolucionando en otra cosa, necesitaban ayuda, urgentemente.
La mente de Gabriela ya no estaba en ese espacio oscuro, ahora se concentraba en los recuerdos. La primera infancia, la adolescencia, todas las épocas, buscando un recuerdo que le sirviera de salvavidas para esta absurda realidad, pero nada pasaba, absolutamente nada; su vida era normal, completamente normal, ¿a quién podía culpar? ¿A Montegrande, al vago de la plaza, a sus padres, o al calentamiento global? Quizás sólo estaba loca, y eso le hizo sentir algo más cómoda. Después de doblar por la última esquina de sus recuerdos, despertó, tan sólo para encontrar la soledad de su departamento, y una nota escrita en una horrible letra, “Fui a comprar leche y huevos”, firmaba, su servidor, Choa.

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