martes, noviembre 20, 2007

La Triste, pero Increible Historia del Niño Tortuga y la Chica Pájaro

El episodio XII, un rato para pensar sobre la masculinidad.



XII


Pensemos en dos tipos distintos de machos, los que podemos encontrar en casi toda especie de mamíferos. Un extremo de la cuerda esta ocupado por los Machos Alfa, aquellos que mataban al mamut, conquistaban civilizaciones, robaban a las mujeres del enemigo, y volvían a sus mujeres, generalmente las más bellas de la tribu, otro extremo, muy diferente, era el que ocupan los machos Omega, los últimos de la cuerda. Ahí donde el Alfa usaba su exceso de testosterona, el Omega debía usar su imaginación, un artilugio que debía usar muy a menudo para salvar su pellejo. Cuando el macho Alfa parte a la guerra, muchas veces moría, el Omega se sentaba junto a las dolientes, a escuchar sus penas, finalmente juntos se quedaban y formaban una nueva familia. Otras veces los Omega, tenían problemas físicos, graves y simplemente morían; pero aquellos que lograban vivir y eran astutos como para sobrevivir a los Alfas, los Beta y toda la numeración, pues lograban conquistar el poder. El mundo moderno era movido por los Omega, hace tiempo que ningún personaje realmente importante venía del mundo de los Alfas. El más grave problema de los Omegas, es que esa imaginación que les permitía buscar métodos para permanecer vivos, también les traía consecuencias, cuando llegaba la comodidad, esa imaginación se transformaba en tres grandes peligros, paranoia, hipocondría, y autoengaño, es por eso que todo Omega, que se sepa tal, debe evitar los peligros de la comodidad.
Entre los Omega más famosos del universo estaba el Sheik Barak el Blanco. Último gran emperador de los Tugereb. Dejen que hable de él, justo y como ha sido hecho con los demás jugadores de esta pequeña historia.
Cuando Hago, el poderoso, último macho Alfa de la familia Mano de Cristal, levantó un ejército de doscientos hombres, cincuenta mastodontes lanudos, treinta perros de caza y dos zorros con rabia; con la finalidad de vencer al ejército de Bajo Raíz, Barak sabía que estaba presenciando un acto suicida. La batalla duró sólo dos horas, y ni los zorros rabiosos, ni los mastodontes salvaron al glorioso príncipe. Las murallas de Bajo Raíz estaban custodiadas por más del doble de hombres, sin contar magos, sacerdotes, maquinaría de guerra (terrestre, aérea y marina, esta última sumamente inútil en el desierto, pero impresionante). Desde ese nefasto acto de valor, o de estupidez, Barak ocupaba el primer puesto entre su tribu. Desde ese entonces había tomado importantes decisiones, como remodelar el único muelle que controlaban, poner un impuesto extra a los vendedores de carne seca, y crear una festividad extra, el Día de la Gran Batalla, para honrar a su hermano. Día que no era realmente tomado en serio por nadie, a excepción de los importadores de bebidas alcohólicas, que duplicaban sus ventas en dicha fecha. Como comprenderán, esto era un campo fértil para que la mente de un macho Omega comenzara a desvariar.
Primero fue el encierro, que lo alejó del pueblo, luego las voces que le atormentaban, mostrando conspiraciones donde no las había. Fue una de esas voces que le dijo que persiguiera a una niña humana recién nacida, la hija de un pastor, que debió huir al seno del desierto profundo, al menos eso creía él, hasta que hace poco menos de un año, la voz apareció otra vez, pero con un cuerpo físico, era Kilim, un viejo dios, del cual realmente no sabía nada:
-He venido a ti por segunda vez.
El Sheik, llevado por su instinto de supervivencia, se arrodilló frente a la aparición, comenzando mil rezos, ninguno, claramente, dedicado a él.
-Quiero que sepas, que dentro de un tiempo he de volver y te traeré un sacrificio humano, la niña que fracasaste en cazar hace unos años, tendrás que llevarla al altar de Kurduk, ahí se entregará voluntariamente a tu cuchillo, y la profecía será cumplida…
-Si, bueno, verás… no tengo problemas con el pedido, pero explícame una cosa, ¿qué se supone que gano yo con todo esto?
-El honor de servirme.
-¿Puedes pensar en algo mejor? Digo, hay más de cincuenta dioses ahí afuera, no puedo hacer lo que todos me pidan.
-Es verdad, déjame pensar. ¿Eres rico?
-Mucho.
-Descartemos el dinero, ya eres un rey…
-Sheik, soy un Sheik, no creemos en reyes.
-Es lo mismo. ¿Qué te parece saquear Bajo Raíz a tus anchas?
-¿Y me la puedo quedar?
-Digamos que así es.
Los sueños del Sheik se hacían realidad, bueno eran sueños relativamente nuevos, nunca antes había pensado en gobernar Bajo Raíz, pero podría comprobar su superioridad con respecto a su hermano, y callar los rumores sobre su ineptitud. Sellaron el trato sin notario alguno, pero con las cláusulas suficientes para enloquecer al abogado promedio.
La muerte rondaba los dominios del Sheik, cualquiera podía sentirla, menos, claramente, él mismo. La fecha del trato se acercaba, y un nuevo ejército de los Tugereb se estaba formando, esta vez con algo de ayuda divina, o más bien, infernal, si es que los Tugereb hubiesen creído en el infierno.

1 comentario:

Paloma Soto Carmona dijo...

¿Sabes qué? Este es el capítulo que más me ha gustado. Está dinámico, locolobo y te lleva como una ola.