miércoles, noviembre 21, 2007

Episodio XIII de la Novela

Este nació de pensar en la traición.


XIII



Antonin veía como Montegrande se desmayaba por tercera vez. Grushon preparaba sales reanimantes en la cocina, mientras Alex se quedaba mirando la escena, sintiendo algo de culpa por ver a su amigo tirado. Claro que se sentía responsable por su condición, pero no lo suficiente para intentar animarlo el mismo.
-Este tipo es un gran vacío. – Dijo Antonin después de intentar reanimarlo telepáticamente. – No tiene sentido que siga viviendo, yo lo mataría para que no sufra.
-No matarás a nadie. – Interrumpió Alex. – No es necesario, dejen que duerma, le explicaré con calma, ahora por favor, traten de dormir, mañana será un día duro.
-Así son todos desde que llegamos a este lugar. – Siguió Grushon, quien estaba algo confundido, sobre todo por la capacidad de desmayo que mostraban algunos hombres.
Cuando Montegrande despertó, sólo vio a su amigo, algo más barbudo y despeinado, pero era su amigo, no un enorme gusano parlante.
-Tuve un terrible sueño.
-Sabes, antes de que me lo cuentes, toma un té y estas pastillas… por favor.
Mientras Alex soltaba palabras, que a un neófito podrían sonar tan raras, como: “hey, hay un dragón en tu jardín” o “una hidra se comió tu perro” . Montegrande soltaba pequeñas rizas nerviosas, luego temor, y la incredulidad protectora, que se hacía pequeña, y cada vez más inútil. Finalmente Antonin debió mostrarse nuevamente para que el hombre creyese el cuento que se le relataba, Habían elementos que se le iban, pero tenía claro tres cosas: 1. Todo se iba a ir al carajo. 2. Esta es una esfera, el universo es una cosa viva que esta en otro lado. 3. Un dios con cara de pájaro era el enemigo, y teníamos para combatirlo, un gusano y un chico tortuga. Impresionante como podía ser toda esa narración, le parecía tan estúpida, que debía de creerla, al menos en parte, después de todo el buen y retórico gusano, parecía ser alguien de confiar, al menos para un invertebrado, no es que hubiese hablado con muchos, pero un gusano era más que una ameba, y menos que un hombre, eso y su propia condición de macho Omega, lo hizo comenzar a relajarse.

Antonin no confiaba en ningún mortal sin alma, pero no podía insistir con eso de matarlo, no con un monje y su amigo, como aliados, claramente sería un estorbo, o peor que eso. ¿Qué más podía hacer? ¿Cruzarse de brazos? Claro, de haberlos tenido. Esperaba firmemente que al menos, teniendo al tipo lejos de Gabriela, ella podría recuperar fuerzas, y salir de la depresión en la que su presencia la tenía sumergida, eso si es que Kilim no la tenía ya en su poder, lo cual sería un fracaso mayúsculo para todos.
-Alex. – Dijo Montegrande. – Eres contagioso, ahora has hecho que todos enloquezcan al igual que tú.
-Es posible, también es posible que esto sólo sea un sueño de un chico enfermo, un chico de trece años tirado en un maizal, mientras sufre un ataque cardiaco; pero también puede que sea verdad, y que confíes en mí. Duerme aquí hoy, mañana tenemos que buscar a la Chica Pájaro, antes de que el demonio lo haga.
Impresionado por esas palabras, Montegrande simplemente mantuvo silencio. Alex estaba cambiando, eso estaba claro, hasta hace una semana, jamás hubiese dicho una frase tan larga fuera de clases, ahora sentía un extraño fuego en el pecho, que al mismo tiempo le permitía concentrarse en los hechos, y le estaba matando. Podía sentir sombras cerca de la escena, quizás era Kilim, u otra cosa, pero no quiso hablar, los actores de esta obra ya estaban muy nerviosos como para soltar otra bomba. Así que simplemente dejó que todos durmieran, incluyendo su impresionado amigo. Él simplemente cerró los ojos, y contó las ciudades que se le aparecían, su población, sus razas, el suelo. Pudo pensar en cien especies de animales distintas, incluyendo dos variedades de hipogrifos y tres de unicornio. Su mente se hundió en cavernas enormes, donde orcos despiadados explotaban a frágiles gnomos esclavizados, pudo ver bastos imperios, que hacían ver a Bajo Raíz como un pequeño pueblo. Pudo ver una gran torre escarlata, donde un mago, cuyo nombre no pudo oír bien, preparaba la fórmula perfecta para evitar la caída del cabello. También pudo ver a un ejército de no muertos avanzando contra otro equivalente de criaturas mecánicas, vio al sol rojizo posarse sobre las montañas del desierto, pudo ver a Barak, y pudo ver un altar ensangrentado, eran los preparativos de un gran sacrificio. También pudo ver a Gabriela, cuyas manos eran cogidas por un ser llamado Choa, cuya presencia ya había advertido, también pudo ver la sangre de un inocente correr a las orillas de un canal de regadío, a no más de dos horas de ese lugar. Todo esto era sorprendente, había comenzado a dejar su caparazón, o era que la tortuga había aprendido a nadar. Todo lo que podía oír, y cada elemento superaba al otro. Abrió los ojos, y pudo ver como Montegrande se escabullía, escapando por la puerta, casi sin hacer ruido, era una traición pequeña por ahora, pero sabía que vendrían más y mucho más grandes, muy dentro suyo, ya se había despedido de su amigo, así que simplemente siguió soñando, con cosas que ni siquiera pueden ser descritas por este lápiz.

El Decano estaba en las sombras, al otro lado de la calle, su paso era más ligero que el del joven fugitivo. Pudo leer algo de arrepentimiento, culpa, pero sobre todo la certeza de que si se quedaba con ese grupo de perdedores, moriría, o peor que eso, terminaría como ellos, solo, deforme y hablando estupideces.
Kilim estaba en lo cierto sobre usar al chico, el Decano también lo sabía. Los machos Omegas necesitan estar junto a los más fuertes, ladran de atrás, y si ven caer al más fuerte, sólo lo cambiarán por otro.
-Montegrande – Dijo en voz alta, pero sin gritar – supongo que ahora estarás interesado en hacer un trato.
La mirada del chico se clavó en la calva cabeza del decano y en sus ojos, rojizos por la falta de sueño, suspiró por un momento y pensó en sus posibilidades, cuando descartó la posibilidad de una respuesta física, simplemente dijo:
-¿No podías escoger otro cuerpo?
Todo fue silencio esa noche, incluso para ser un lunes en la madrugada, el traidor nunca canta canciones, ni hacen poemas pidiendo perdón, son los traicionados que inventan letras de dolor, que sienten culpa por su estupidez, eso lo saben todos.

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